LA MALDITA VECINDAD
Por José Martínez M.
México, D. F., a 7 de noviembre de 2012.- Como suele ocurrir
cada cuatro años, las miradas del mundo se centran en las elecciones
presidenciales de Estados Unidos. La explicación puede resultar ociosa, se trata
del país más poderoso de la Tierra y de una u otra manera a determinados países
les pueden resultar alteradas sus relaciones bilaterales, aunque la política
exterior estadounidense es muy pragmática sea republicano o demócrata el
presidente en turno. No obstante existe la percepción de que los republicanos
son más belicistas que los demócratas, a pesar de que a éstos últimos les ha
tocado lidiar con el mayor número de conflictos armados, con excepción de los
Bush, quienes encabezaron dos de las más sanguinarias batallas en el Medio
Oriente y que llevó a su nación a sufrir el mayor atentado terrorista en la
historia.
En el caso de México, la situación ha sido una historia de
agravios.
México nunca ha ocupado la más mínima atención en las
campañas presidenciales de los Estados Unidos, aunque ahora los candidatos
saben que el voto latino –en especial de los mexicanos por representar el mayor
número de electores hispanos– es importante y por lo tanto significativo, sin
considerar que el voto de los inmigrantes representa entre el 7 y 9 por ciento
de los 135 millones de ciudadanos registrados en el padrón electoral.
En mayor proporción durante las campañas los votantes
latinos se inclinaron por las propuestas de Barack Obama, por sus medidas en
materia de seguridad social, la promesa de una reforma migratoria y la
reducción de impuestos, pero más allá de las ofertas populistas –de uno y otro
candidato– y de quien ocupe la Casa Blanca la relación con México seguirá
igual. Nuestro país no está en la agenda de las prioridades políticas de
Estados Unidos. Esa es nuestra realidad y lo ha sido toda la vida, por eso
Porfirio Díaz acuñó la famosa frase de "¡Pobre México! Tan lejos de Dios y
tan cerca de Estados Unidos".
La política de buena vecindad ha sido un reclamo constante,
lo podemos ver todos los días en el trato a los inmigrantes y en la política
del combate a las drogas, México a pagado una alta cuota de sangre, con más de
65 mil muertos y el tráfico de armas y la demanda de drogas continúa.
A pesar de que México es una pieza clave para la seguridad
de Estados Unidos el trato ha siempre injusto, no obstante que Estados Unidos y
México comparten una frontera de 3,152 kilómetros, –por tanto una de las más
grandes del mundo– y las asimetrías entre ambos países son determinantes, pues
cada cual tiene una historia y una cultura diferentes. Sin embargo, los
intereses geopolíticos de Estados Unidos contrastan con el trato que se
dispensa a nuestro país, al considerar al territorio mexicano como su patio
trasero.
México desde siempre ha sido tomado como un rico botín,
recordemos la separación de Texas en 1836 que representó el antecedente de la
invasión y de la guerra contra Estados Unidos en 1847, situación que
ocasionaría la pérdida de más de la mitad del territorio nacional. Ya antes el
primer embajador de Estados Unidos en México, Joel R. Poinsett, había ofrecido
cinco millones de dólares por el territorio de Texas el 25 de agosto de 1829.
La propuesta fue rechazada y, al año siguiente, se decretó una ley de
colonización que prohibía la entrada de colonos norteamericanos. No obstante,
el avance continuó con el apoyo del gobierno norteamericano hasta lograr la
independencia de Texas y, posteriormente, su incorporación.
De acuerdo a datos de los historiadores el 1 de marzo de
1836 Texas proclamó su independencia definitiva de México y nombró Presidente a
David G. Burnett y vicepresidente a Lorenzo de Zavala.
Tras estos triunfos Santa Anna fue detrás de Samuel Houston;
sin embargo, la fatiga que dominaba a los soldados mexicanos precipitó su
derrota: las fuerzas estadounidenses los sorprendieron cuando descansaban sobre
las márgenes del río San Jacinto. Santa Anna trató de huir, pero fue hecho prisionero.
En Galveston fue obligado a firmar dos tratados, uno de
ellos "secreto", sin validez oficial, ya que Santa Anna no era
Presidente en ese momento y, por lo tanto, no tenía facultades para llegar a
ningún acuerdo oficial. Según este tratado, el militar mexicano se comprometía
a no volver a levantarse en armas contra Texas, mientras que por el otro se
obligaba a intentar influir en su gobierno para que se reconociera la
independencia texana.
Prisionero durante siete meses, Santa Anna fue llevado a
Washington ante el Presidente Jackson. En los compromisos que contrajo con el
gobierno norteamericano a cambio de su libertad en este episodio y en sus
acciones posteriores durante la propia guerra, se fundamenta la acusación de
traición a la Patria, ya que muchos autores concluyen que él fue responsable de
la derrota de México al ayudar directamente al triunfo del enemigo.
Texas, fue reconocida como nación independiente por Estados
Unidos en 1837. Durante la Presidencia de James Knox Polk, Texas se anexó a
Estados Unidos el 29 de diciembre de 1845, cuando el Congreso lo aceptó como
estado de la Unión.
Por lo anterior, México rompió las relaciones diplomáticas
con el país del norte. Así, en defensa de su soberanía, el 7 de julio de 1846
México declaró la guerra a Estados Unidos.
Tras las derrotas del Ejército Mexicano en Sacramento,
Veracruz, Padierna y Churubusco, se solicitó un armisticio. El gobierno
mexicano rechazó entonces un proyecto de tratado mediante el cual se hubiera
cedido a Estados Unidos no sólo Texas, sino también las Californias, Nuevo
México y una franja territorial que correspondía a los estados de Sonora,
Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas.
Roto el armisticio, se sucedieron nuevas derrotas ante las
fuerzas del general Taylor, quien tomó Molino del Rey, donde de acuerdo con
José Lino Alcorta, ministro de Guerra y Marina, las fuerzas nacionales se
batieron "con toda la decisión que inspira el honor, la justicia de la
causa que se sostiene y el deseo de reparar pasadas desgracias".
Los norteamericanos procedieron entonces a bombardear el
Castillo de Chapultepec, el cual era defendido solamente por los generales
Nicolás Bravo y Felipe Xicoténcatl, al mando del Batallón de San Blas y de
jóvenes alumnos del Colegio Militar. La batalla se llevó a cabo el 13 de
septiembre de 1847 con un intenso bombardeo que comenzó desde las cinco de la
mañana y concluyó a las siete de la noche.
En un enfrentamiento a todas luces desigual, puesto que
Santa Anna se había negado a enviar refuerzos al Castillo, los estragos sobre
la construcción fueron cuantiosos. En la batalla murieron los jóvenes
estudiantes del Colegio Militar quienes, de acuerdo con los testigos, fueron
los últimos soldados que sostuvieron la defensa del Castillo. Ello simboliza la
defensa heroica de la Patria.
La mayor humillación en la historia de de México ante
Estados Unidos ocurrió el 14 de septiembre de 1847 cuando ondeó en Palacio
Nacional la bandera de las barras y las estrellas. Dos días después Santa Anna
renunciaba a la Presidencia de la República y su lugar era ocupado por Manuel
de la Peña y Peña. La resistencia de los habitantes de la capital fue valiente,
pero de hecho la guerra estaba terminada.
Después de tener ocupada la capital de la República diez
meses, obligado por la fuerza de las armas, el gobierno nacional firmó el
Tratado de Paz, amistad y límites entre México y Estados Unidos en Guadalupe
Hidalgo. México perdió Texas, la porción territorial de Tamaulipas situada
entre los ríos Nueces y Bravo y los estados de la Alta California y Nuevo México
y recibió quince millones de pesos como indemnización de guerra. El Tratado fue
firmado por Bernardo Couto, Miguel Atristáin y Luis G. Cuevas, por la parte
mexicana, y por Nicholas Philip Trist, por parte del gobierno norteamericano,
el 2 de febrero de 1848.
Por el Tratado de Paz, amistad y límites de Guadalupe
Hidalgo México se vio desposeído de más de la mitad de su territorio.
Esta es parte de nuestra historia en la maldita vecindad con
Estados Unidos. Por eso quien ocupe la Casa Blanca da lo mismo.
Ya lo decía el republicano John Foster Dulles, secretario de
Estado durante el mandato del presidente Dwight D. Eisenhower: "Los
Estados Unidos no tienen amigos sino intereses".