El auténtico deporte salva y sana
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
El genuino deporte es seguramente uno de los fenómenos que, con un lenguaje comprensible a todos,
más nos influye a través de sus profundos abecedarios. Puede ser vehículo de
elevados valores humanos, máxime si se práctica con pleno respeto a sus reglas.
Tras el alma deportiva hay capacidades físicas e intelectuales, de táctica y
esfuerzo, pero también respeto, tolerancia y comprensión hacia el adversario.
Por eso, nos alegra que este año Naciones Unidas celebre el primer Día
Internacional del Deporte para el desarrollo y la paz (6 de abril), y lo haga
consciente de que el deporte fraterniza por encima de cualquier diferencia. Sí
esto no fuera así, tampoco estaríamos hablando de la práctica deportiva
concebida como derecho humano, sin discriminación de ningún tipo y dentro del
espíritu del olimpismo, lo que exige comprensión mutua, solidaridad y afán de
superación o realización.
Personalmente, estoy convencido de su gran efecto pedagógico
de fortalecimiento de las sociedades en su conjunto, en la medida que congrega
a multitudes de diversas culturas alrededor de unos valores comunes, que
conllevan una vida sana, despojada de vicios, y que, además, fomenta la
igualdad de género y el empoderamiento de los jóvenes como agentes de cambio.
También el deporte tiene un efecto salvavidas, o de rescate humano, puesto que
aviva el desarrollo de las relaciones sociales en un ambiente de recreación y
divertimento, casi siempre al aire libre, estimulando a la persona a dar lo
mejor de sí y a evitar aquello que pueda ser peligroso o perjudicial para sí
mismo o para los demás. Por desgracia, junto al auténtico deporte que salva y
sana, ha espigado otro que mortifica y traiciona, que busca sólo el lucro y que
separa. De ahí, la importancia de esta conmemoración para infundir un nuevo
impulso de creatividad y de discernimiento. Más allá de una práctica que
favorece el vigor físico, hemos de templar el carácter, con espíritu
conciliador, sabiendo que los triunfos se marchitan, y lo que permanece son las
buenos modales.
Los referentes deportivos han de ayudarnos a convivir, han
de ser la referencia en un espacio intercultural, activando el entendimiento en
un campo de juego común como es el mundo. No somos personajes de tragedia, sino
individuos con alma, y como en el
deporte, precisamos sentirnos arropados en el equipo humano para
conquistar nuevas armonías, especialmente en un momento de tanto desconsuelo
como el actual. A veces pienso que tenemos que autoafirmarnos como personas.
Conviene que la identidad humana no se devalúe o se desoriente. Aprovechar este
potencial deportivo para elaborar planteamientos innovadores en materia
educativa, y así poder forjar un futuro más humano, lo considero
importantísimo, sobre todo para sentar las bases de un desarrollo más
humanista. Si en verdad queremos superar las profundas desigualdades y hacer
frente a todas las formas de discriminación, tenemos que jugar más limpio y
cooperar mucho más en el terreno de juego, como lo hacen los verdaderos
deportistas a la hora de competir. Sus valores intrínsecos como el trabajo
conjunto y la disciplina son entendidas por todo el mundo. Desde luego, bien
podría aprovecharse esta conciencia deportiva para nuestro propio diario de
vida, que en el fondo es también una competición, en la que nadie sobra y todos
somos necesarios e imprescindibles, en la contienda de la vida.
En todo caso, resulta verdaderamente sobrecogedor ver a la
juventud dispuesta a entrenar duro, aceptando de buen grado no pocos
sacrificios y privaciones, practicando con fervor y con alto sentido deportivo,
una sana competición, que es toda una lección de luz para el resto de la sociedad. Es una imagen
cargada de belleza, de entusiasmo, que no sólo tiene como objetivo la expresión
o la mejora de la condición física y psíquica, sino también el poder crecer día
a día como seres humanos, como ciudadanos del mundo, sobre la apasionante
cancha del orbe. Sin duda, el deporte, -como dice Naciones Unidas-, "da
autonomía a los jóvenes, favorece la buena salud y fomenta valores como la
igualdad, el respeto mutuo y la deportividad". Y a mi juicio es, en este
sentido de actitud positiva, en la que hay que seguir avanzando socialmente.
Además, el deporte con su universal popularidad, es una herramienta de
inclusión sin precedentes, también en personas con discapacidad tiene un papel
vital para la recuperación de su vida.
Por consiguiente, las iniciativas deportivas cuando tienen
como objetivo el desarrollo integral de la persona y se realizan bajo la
dirección de personal cualificado y verdaderamente formado, son una buena
ocasión para derribar barreras, porque además poseen la fuerza de inspirar
emociones de unión. Ya lo advirtió el escritor francés, Albert Camus
(1913-1960), cuando dijo: "Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral
y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol". La enseñanza de
cómo ganar y cómo saber reconocer la derrota sin sacrificar las metas y
objetivos, es un claro ejemplo de esas reglas o normas por las que se rige el
comportamiento o la conducta de un ser humano en relación a la sociedad, a sí
mismo, y a todo lo que le rodea. Por otra parte, cualquier colectivo que ame el
deporte como cultura reparadora, sabe que su práctica eleva la calidad de vida
de sus ciudadanos por los efectos beneficiosos de la actividad física, tanto
para la salud corporal como la emocional; las personas que cultivan algún
deporte con regularidad suelen sentirse más complacidos y advierten, subjetivamente,
un mayor bienestar en ellos mismos.
El fenómeno del deporte, pues, salvo los posibles estallidos
de violencia durante o tras las competiciones, suele generar un clima de de
sosiego que se agradece cuando la realidad que nos circunda tiene tantos
frentes de violencia abiertos. Los juegos olímpicos han sido un claro ejemplo
de servicio para derribar estereotipos negativos y formar otro espíritu más
conciliador. Celebro, por tanto, que Naciones Unidas injerte en el planeta la
oportunidad de reconocer el espíritu deportivo como un valor en la consecución
de grandes metas como los objetivos del desarrollo del milenio; puesto que
todos sabemos que el deporte mueve masas y su impacto es grandioso. Que esta
celebración, tan necesaria como justa, nos motive (y movilice) a todos a
redoblar los esfuerzos por cultivar valores universales en los que se debe
apoyar la globalizada familia humana moderna. La competición, en suma, no ha de
ser solo ganar al oponente, conseguir medallas y reconocimientos, sino una
búsqueda interna para ser mejor persona y, de este modo, poder vivir de una
manera más armonizada el cuerpo y la mente.