LOS ABUSOS SIEMPRE PASAN FACTURA
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Para desgracia nuestra hemos convertido el término abuso en
un permanente diario que mortifica nuestras vidas. Lo hemos normalizado tanto
que la siembra abusiva (de autoridad, de confianza, de derecho, sexual,
económica...) ha espigado con fuerza y va camino de dejarnos sin lenguaje. Los
privilegios se confunden con las arbitrariedades, porque al poder no hay poder
alguno que le detenga, y ante la mundanal confusión hasta los mismos
sentimientos yacen entumecidos. Esto pasa por permitir que la soberanía sirva
al interés de unos pocos, con una soberbia desmedida mezclada con una abundante
dosis de ingratitud y envida, lo que genera un clima de corrupción que nos
degenera y corrompe a toda la sociedad. Lo mismo sucede con el abuso de
confianza, aprovechando que la víctima le concede el uso o la tenencia de dicho
bien, se produce una apropiación indebida. En idéntico marco suele crecerse (y
recrearse) el titular de un derecho subjetivo, que en su ejercicio resulta
contrario a la buena fe, la moral, las buenas costumbres o los fines sociales y
económicos del Derecho. Igualmente ocurre con el uso incorrecto de otra persona
para propósitos sexuales, o cuando una de las dos partes implicadas en una
pareja tiene control sobre la otra en el acceso a los recursos económicos, lo
que disminuye la capacidad de la víctima de mantenerse a sí misma y la obliga a
depender financieramente del ejecutor. Podríamos continuar con la lista de
excesos, máxime en una época de engaño universal, pero realmente pienso que por
mucho que queramos disimular la falsedad y disfrazar los designios, al final la
verdad -como ha dicho Antonio Machado- es lo que es, y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
No podemos, en consecuencia, por menos que incitar a
presentar la autenticidad de las cosas, a promover el bien social, aunque nos
cueste. Muchas veces devoramos de un sorbo la farsa que nos halaga, mientras
bebemos gota a gota la realidad que nos amarga. Por desgracia, la evidencia de
un auténtico sembrador de verbos no suele coincidir con el vocerío de quienes
reparten el oro, con lo cual suele cometerse un descarado abuso contra la
ignorancia y la inocencia, hecho que es absolutamente reprobable. Junto a esta
riada de fraudes, debe necesariamente brotar la unión de las inteligencias, de
los espíritus, de las acciones. Sin duda, debemos reaccionar ante estos
injustos engaños, que lo único que van a generar son más discordias y
desacuerdos. No es de recibo tener en un pedestal a un abusador que utiliza su
mayor rango como ventaja sobre el abusado, poniendo a la víctima en un estado
de sumisión incuestionable a la autoridad. En este sentido, una de las mayores
tareas de los gobiernos y de las economías es precisamente el uso más eficaz de
los recursos, no el abuso, teniendo presente que el concepto de eficiencia no
es axiológicamente neutral. Esto exige que la sociedad actual revise seriamente
su modo de actuar, también su manera de proceder, conjuntando un estilo de buen
vivir en comunidad, a tenor de lo cual la búsqueda de la verdad, de la belleza
y del bien es primordial para las relaciones humanas. Lo acaba de decir con
extraordinaria fuerza el Papa Francisco, sí con nuestros abusos
"destruimos la creación, la creación nos destruirá a nosotros. ¡Nunca lo
olvidéis!".
Indudablemente, todos estos abusos terminan pasando factura
muchas veces a personas inocentes que no han causado daño alguno. Por
consiguiente, tan importante como custodiar la naturaleza es también proteger a
las personas, preocuparse (y ocuparse) por todos, especialmente por los más
indefensos. Ciertamente, todo sería mejorable si actuásemos con la suficiente
libertad de juicio y ejercicio, oponiéndonos a las medias verdades de antemano
establecidas. Para más dolor, cohabita el abuso dialéctico de la palabra y la
ostentosa dominación de algunos, que nos dejan sin aliento, al observar un creciente
incremento de explotación y abuso en los últimos tiempos, no en vano en
toda sociedad como la presente, no todo se sabe, pero sí todo se dice. Al fin,
siempre nos queda un último soplo, el de la ilusión a pesar de las
adversidades. Sea como fuere, necesitamos de una convicción que ha de ser
conquistada comunitariamente, para que tenga su efecto liberador y no caiga en
la fuerza desmedida de sus propias facultades, lo que exige un amor verdadero
lejos de cualquier cinismo de poder. Tengo el convencimiento, pues, de que la
sociedad próxima tomará conciencia de que si nos interesamos los unos por los
otros, tenemos la fórmula segura para la felicidad.