¡Las ideologías atemorizan!
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
La mundialización más que un proceso económico, tecnológico
o de comunicación, también es una nueva mentalidad de conciencia unitaria, que
no uniforme, lo que ha de comprometernos a ser tolerantes y solidarios. Sin
embargo, cada día vemos más seres humanos con delirios de superioridad,
dispuestos a desdibujar cualquier vínculo humano y a no escatimar momento para
sembrar ideas perversas, de menosprecio hacia nuestro propio análogo.
Personalmente no me gustan las ideologías y menos las que nos hacen perder
hasta el sentido común. Pienso, además, que cuando una persona se hace sectaria
es que ha perdido hasta su propia identidad. Ahí está la ideología de género
poniendo en discusión interesada y absurda, en la mayoría de las veces, la
complementariedad entre mujer y hombre. Evidentemente, no se trata de
contraponer, ni de subordinar vida alguna, los seres humanos somos como somos,
y todos hemos de tener igual dignidad.
Al parecer, la honestidad de la vida humana no estaba
prevista en los planes de vida actual, porque hay tantos sistemas sociales,
políticos y económicos, que en lugar de dignificar a la persona se valen de
ella. Por desgracia, el miedo es muchas veces superior al nivel de la decencia.
La concepción economicista de esta sociedad aborregada suele hacer prevalecer
el beneficio egoísta más allá de los parámetros de la justicia social. Por
tanto, cuidado con los doctrinarios, suelen ser gente ensuciada por la
soberbia, poco transparente, y con modos dominantes en sus hechos. En
consecuencia, partiendo de que los ideólogos suelen falsificarlo todo, debemos
ser conscientes de que nuestros pensamientos se convierten en palabras, y como
tales, han de nacer libremente, para que cuando se transformen en acciones, no
tengan una actitud rígida, sino compasiva. Incumbe a todos, a cada uno de
nosotros, aceptar nuestra interdependencia y, de esta manera, activar nuestras
bondades, tanto las éticas como las estéticas, para tomar la orientación debida
que nos permita cuando menos convivir a pesar de nuestras diferencias.
Naturalmente debemos permanecer siempre atentos a cualquier
factor de intransigencia. Las ideologías extremistas, las tensiones
comunitarias y la discriminación de las minorías, se han convertido en algo
usual que soportamos con cierto aguante y resignación, obviando que detrás de
todo ello se alberga un odio tremendo convertido en ideología, cuyo postulado
cardinal es la tendencia humana a falsear la realidad en función de los intereses del grupo. Cualquiera que disienta
pasa a ser un problema, pues va contra el dogma de la verdad categórica que
proclama el ideólogo. Ciertamente, nos domina la mentira permanente, la inseguridad
y la escasez de recursos dificultan hasta el mismo reparto de asistencia
humanitaria. La estampa cruel, de que miles de emigrantes continúen siendo
rescatados en el Mediterráneo camino de Europa, nos deja sin palabras, pero
todos hacemos bien poco por evitarlo. Quizás el problema es que hoy, apenas nos
dejan ver, ni tener tiempo para meditar. La reflexión no es incentivo del
sistema.
Sin duda, malgastamos energías en cuestiones inútiles. Por
otra parte, las ideologías están más preocupadas (y ocupadas) en defender su
poder y sus privilegios que en interesarse por la ciudadanía. ¿Por qué hay aún
gente que sigue pasando hambre, mientras otros derrochan recursos, sin
importarle la carencia de otros? La mezquindad, el fanatismo, la ambición de
poder son motivos que alientan el espíritu guerrero; alimentando, en ocasiones,
una desvergonzada ideología que todo lo justifica a su antojo. Eso sí, se les
reconoce a poco que ahondemos en sus hechos, que son unos auténticos
especuladores, aunque para ello aviven los desencuentros, impulsen el terror,
pero su corazón está tan corrupto que han perdido hasta la capacidad de sentir
por los demás. Desde luego, no hay nada que desespere tanto a nuestras
habitaciones interiores como verse no asistido en nuestros sentimientos. Al fin
y al cabo, creo que nos deshonran tantas estupideces ideológicas, que aparte de
atemorizarnos, nos dejan sin nervio, o lo que es lo mismo, sin espíritu. Y ya
se sabe, un alma desorganizada y sin deseo de reencontrarse consigo misma;
carga en su permanente tropiezo, también su propia condena.