La población como secuencia en el tiempo
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
La idea aristotélica de que "el instante es la
continuidad del tiempo, pues une el tiempo pasado con el tiempo futuro",
me ha dado pie a dar fundamento a este artículo periodístico. A veces uno se
sorprende hasta de que pueda existir y cohabitar en ese proceso, pero realmente
es la vida la que da vida o la que nos dona luz, es decir, sabiduría para dar
prolongación histórica a un modo de pensar y de hallarse. Por eso, en algunas
ocasiones, uno se puebla de coraje y surge la esperanza, en base a unos valores
compartidos, para contribuir a un futuro habitable para todos. No olvidemos,
que al igual que los individuos, los pueblos nacen y mueren; pero la población
persiste sobre el planeta, permanece como secuencia de la propia especie en el
tiempo, a pesar de las muchas contrariedades que nos degradan la savia.
Ciertamente, a lo largo de nuestra historia hemos tenido la oportunidad de
celebrar nuestra humanidad común y nuestra diversidad, pero creo que ha llegado
la hora de reflexionar sobre tan importante cuestión de persistencia y
permanencia. Sería saludable, pues, que coincidiendo con el día mundial de la
población (11 de julio), nos replanteáramos cuestiones que son básicas, para
que la cadena, tanto de convivencia como de existencia, no se tambalee o se
rompa.
Para despuntar, somos tan minúsculos que cada ser humano
puede nacer en cualquier sitio y formar parte de una cultura u otra. Nuestras
poblaciones están observando, a mi juicio como jamás ha sucedido en nuestra
tradición, procesos de mutua interdependencia e interacción a nivel global, que,
si bien es verdad que toleran elementos problemáticos como las migraciones,
tienen el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la familia humana, no
sólo en el aspecto económico, sino también en el humano. Por consiguiente, toda
persona pertenece a la humanidad y comparte con la entera familia de los
pueblos, la ilusión de un futuro mejor y la expectativa de una especie en
unión. Dicho esto, conviene recapacitar sobre el desbordamiento del nivel del
mar, que puede ser un auténtico problema. Téngase en cuenta que la cuarta parte
de la ciudadanía mundial vive en zonas costeras o muy próximas. Por otra parte,
multitud de moradores, especialmente en África, carecen de agua potable segura
o padecen tremendas sequías que dificultan la producción de productos
alimenticios. Un problema, particularmente grave hoy en día, es el de la
calidad del agua disponible, si nos atenemos a las muchas muertes producidas.
Además, la vida en los ríos, lagos, mares y océanos, que alimentan a gran parte
de los humanos, mal que nos pese, aparte de verse afectada por el descontrol y
el despilfarro en la extracción de los recursos pesqueros, también sufren una
gran contaminación. Cerrarse en banda y no querer ver esta situación, por
tremenda que nos parezca, para no corregirla cuanto antes, pienso que es cargar sobre nuestra conciencia el peso de
negar la continuidad de algunas especies.
Verdaderamente, el mundo está hecho para repoblarse
continuamente de seres vivos. Y en este sentido, para forjar un futuro mejor
para las generaciones venideras, es imperioso promover una economía al servicio
de toda la población mundial, así como activar una sana política, capaz de
poner las instituciones al servicio de los ciudadanos, para superar presiones o
cualquier otro síntoma de corrupción. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se
preguntaron qué significa el mandamiento "no matarás" cuando "un
veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que
roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para
sobrevivir". Tema grave, gravísimo, y aunque puedan parecernos palabras
densas y fuertes, la crueldad radica en dejar que la desesperación de algunos
no cese jamás en vida, mientras otros, hasta por divertimento, lo derrochen
todo, sin importarles para nada el bien colectivo, adueñándose del planeta como
si fuera exclusivo de los poderosos, obviando muchos gobiernos el respeto a los
derechos humanos y a las libertades fundamentales, cuando en verdad deberíamos
responder eficazmente ante cualquier violación.
Pese a los enormes desafíos del momento actual, creo que han
de propiciarse los debates a escala global y nacional sobre los derechos
humanos y el desarrollo de la especie, centrándose a mi manera de ver, mucho
más en el ser humano como tal, que es víctima y verdugo a la vez en tantísimas
ocasiones, sobre todo a raíz del aluvión de deterioros humanos percibidos ante
la falta de ética y, por ende, de humanidad perdida, proyecto que ha de ser
recuperado cuanto antes. Por desgracia, no se puede avanzar en la medida en que
los políticos caminen obsesionados sólo por atesorar o agrandar el poder, en
lugar de servir a la ciudadanía. Junto a este pelaje ha crecido, asimismo, una
legión de oportunistas que únicamente piensen en el rédito económico, en vez de
activar el capital humano, que es lo verdaderamente progresista y rompedor.
Pensemos, que mientras más vacío esté el alma de los moradores, más necesitados
andaremos de objetos de deseo; aunque luego, tras su uso, los tiremos porque ya
no sirvan para nada. Naturalmente la humanidad tiene que humanizarse con otros
hábitos, para empezar renunciando a un mercado tentador y muy acaparador, sólo
así podrá revivirse en esa deseada alianza entre la hoy maltrecha población y
el actual maltratado medio ambiente.
Hace falta, por tanto, que la población vuelva a sentir que
todos somos parte de un todo, que tenemos una responsabilidad de poner orden en
nuestras existencias. De ninguna manera podemos resistir ante este huracán
persistente de degradación moral que nos invade. No me cansaré de escribirlo,
de vociferarlo, puesto que estoy sugestionado que burlándonos de la honestidad
nos estamos engañando, primeramente cada cual consigo mismo, y después,
mofándose de nuestra propia bondad interior, como si fuésemos un trozo de
materia sin voluntad. En consecuencia, es el momento de situar los problemas de
la población en la perspectiva de un destino armónico, donde la decencia sea el
abecedario permanente, mediante acciones conjuntas y valientes, para que cada ciudadano
pueda hallar, por sí mismo, ese horizonte humanitario de autenticidad que
engrandece al propio linaje. Todos somos conscientes de que ese camino no es
fácil, porque se trata nada menos que de cambiar mentalidades, formas de vivir
y de ser, pero confiemos en ese reforzarse como ciudadanía nueva, bajo el
referente de la escucha a todo y a todos.
Hoy más que nunca, las personas de todas las culturas pueden
influir de manera positiva unas en
otras, cuando menos para hacernos reconsiderar nuestras acciones, crecidas por
la violencia y la dominación de pensarnos dueños del universo. En cualquier
caso, es bueno que nos interroguemos, y tengamos tiempo para hacerlo, máxime
cuando cavilamos por un mundo más equitativo, y no escuchamos a los excluidos.
Por ello, estoy convencido que la nueva población necesita otras motivaciones
y, sobre todo, un camino educativo más acorde con la propia naturaleza creada.
En definitiva, lo que le ha pasado a nuestra población es que su retroceso está
ahí, más allá de la crisis financiera; y, lo nefasto del momento, es no ir al
corazón del problema, que radica en el desprecio por algunos seres humanos (los
marginados) y en el menoscabo de buena parte del hábitat; a la que, por cierto,
ya le cuesta seguir la secuencia de vivir y dejar vivir.