Desnaturalizar e imponer
Hoy, cuando todo se impone y nada se propone, los pueblos y
las naciones deberían unirse en la verdadera elevación del ser humano, conforme
a su innata vocación natural y legendaria como especie pensante. Por desgracia,
todo se desnaturaliza y, por ende, también se deshumaniza, en la medida que
pierde su auténtico espíritu. Pongamos por caso, determinadas tradiciones
religiosas, como puede ser la cabalgata de los reyes magos en un país como
España, de fuerte tradición católica como además así se reconoce en la vigente
Constitución. Ciertamente, no se ha de imponer religión alguna, pero tampoco el
político de turno, debe desvirtuar una celebración de su verdadero
enraizamiento histórico-religioso, para reivindicar su partidista doctrina; y,
en todo caso, lo que debería hacer es garantizar su libertad y la paz entre los
seguidores de las diversas creencias. Téngase en cuenta que la política es más
que una simple tarea, puesto que su origen y su meta están precisamente en la
justicia, en el servicio incondicional a la ciudadanía, que dicen representar,
y que han de hacerlo desde una naturaleza ética y nunca interesada.
Hoy, cuando nada se propone y todo se impone, los pueblos y
las naciones deberían tomar buena cuenta, y poner a verdaderos guías, a los
auténticos y formados líderes, para que lo que es tan justo como natural, pueda
ser reconocido y después puesto en práctica a través de su coherencia ingénita.
Una nación no puede por sí misma hacer lo que le venga en gana, y activar
ensayos nucleares, a pesar de la oposición de la comunidad internacional. El
imperio de las armas no puede prevalecer, porque sería caminar como
destructores, cuando hemos de ser constructores de existencias dignas y
humanas. La progresiva eliminación, equilibrada con la ética y controlada con
la estética precisa, de las armas de destrucción en masa y la estabilización de
los sistemas de defensa de los diferentes Estados al más bajo nivel posible de
armamento, debe ser un objetivo a proponer, para poder sacar el necesario
consenso, como un primer paso hacia un planeta armónico de referencia poética.
Hoy, cuando todo se impone y nada se propone, los pueblos y
las naciones deberían trazar otros caminos, con otras propuestas más de
acogerse unos a otros, de respeto y comprensión, puesto que no hay barrera,
cerradura ni cerrojo, que pueda sugestionarse a la libertad de la mente. Desde
luego, para sentirnos bien hemos de optar por otro modo de mirar y de
considerar a nuestros análogos. Pese a una cuantiosa convergencia mundial de
los ingresos nacionales per cápita, no se ha logrado necesariamente una
distribución más equitativa del ingreso dentro de los países. Esta desigualdad
y las diversas formas de pobreza, si acaso, lo que han de activar es el Estado
de derecho social y, en particular, el legítimo trabajo como derecho y deber
fundamental. El mundo, está visto que lo que necesita son otras sintonías más
fraternas, pero claro, para esto, ningún ser humano debe considerarse pasivo;
y, en esta inhumana hacienda de mercado y de las finanzas, todo es como muy
frío, y los que no son sujetos de producción, aunque lo sean de sabiduría, se
les margina y excluye.
Hoy, cuando nada se propone y todo se impone, yo, un don
nadie, le dice a ese pueblo, a esa nación; que nada se ha conquistado hasta ahora
con la fuerza o la imposición brutal, y sí, en cambio, cuando se plantea una
visión más compartida, más de reflexión conjunta, considerando todas las libres
opciones de cada uno. Siempre debemos tener el valor y la alegría de expresar,
con tolerancia, cualquier idea. El mundo no se hizo para las economías, sino
para que el ser humano pueda realizarse, convivir con espíritu creativo, sin
tanta tensión, y con mayor estima hacia su propio linaje. Más aún, cualquiera
de nosotros necesitamos tener ilusiones para mantenernos en la vida, y esta
gran esperanza sólo puede ser cultivada desde el abrazo, ya sea al universo o
al ciudadano que te encuentras en la esquina, sabiendo que nunca es demasiado
tarde para ponerse en el lugar del otro
y, encima, jamás es inútil. Por tanto, menos imposiciones, más propuestas,
porque en mi vida entra continuamente ese alma que nos fraterniza, aunque
digamos ¡no!. En consecuencia, deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo
hacer, desde la libertad, por este camino y por los caminantes que no me
acompañan y se quedan en la marginalidad?. Seguramente, mucho más de lo que
hago. No olvidemos que, a fuerza de querer, uno llegar a ser libre y a
glorificar el estado natural de las cosas; pero, igualmente, a ennoblecerse
alargando la mano para levantar a tantos caídos olvidados.
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