martes, 12 de enero de 2016

Algo más que palabras

Desnaturalizar e imponer

 Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

Hoy, cuando todo se impone y nada se propone, los pueblos y las naciones deberían unirse en la verdadera elevación del ser humano, conforme a su innata vocación natural y legendaria como especie pensante. Por desgracia, todo se desnaturaliza y, por ende, también se deshumaniza, en la medida que pierde su auténtico espíritu. Pongamos por caso, determinadas tradiciones religiosas, como puede ser la cabalgata de los reyes magos en un país como España, de fuerte tradición católica como además así se reconoce en la vigente Constitución. Ciertamente, no se ha de imponer religión alguna, pero tampoco el político de turno, debe desvirtuar una celebración de su verdadero enraizamiento histórico-religioso, para reivindicar su partidista doctrina; y, en todo caso, lo que debería hacer es garantizar su libertad y la paz entre los seguidores de las diversas creencias. Téngase en cuenta que la política es más que una simple tarea, puesto que su origen y su meta están precisamente en la justicia, en el servicio incondicional a la ciudadanía, que dicen representar, y que han de hacerlo desde una naturaleza ética y nunca interesada.

Hoy, cuando nada se propone y todo se impone, los pueblos y las naciones deberían tomar buena cuenta, y poner a verdaderos guías, a los auténticos y formados líderes, para que lo que es tan justo como natural, pueda ser reconocido y después puesto en práctica a través de su coherencia ingénita. Una nación no puede por sí misma hacer lo que le venga en gana, y activar ensayos nucleares, a pesar de la oposición de la comunidad internacional. El imperio de las armas no puede prevalecer, porque sería caminar como destructores, cuando hemos de ser constructores de existencias dignas y humanas. La progresiva eliminación, equilibrada con la ética y controlada con la estética precisa, de las armas de destrucción en masa y la estabilización de los sistemas de defensa de los diferentes Estados al más bajo nivel posible de armamento, debe ser un objetivo a proponer, para poder sacar el necesario consenso, como un primer paso hacia un planeta armónico de referencia poética.

Hoy, cuando todo se impone y nada se propone, los pueblos y las naciones deberían trazar otros caminos, con otras propuestas más de acogerse unos a otros, de respeto y comprensión, puesto que no hay barrera, cerradura ni cerrojo, que pueda sugestionarse a la libertad de la mente. Desde luego, para sentirnos bien hemos de optar por otro modo de mirar y de considerar a nuestros análogos. Pese a una cuantiosa convergencia mundial de los ingresos nacionales per cápita, no se ha logrado necesariamente una distribución más equitativa del ingreso dentro de los países. Esta desigualdad y las diversas formas de pobreza, si acaso, lo que han de activar es el Estado de derecho social y, en particular, el legítimo trabajo como derecho y deber fundamental. El mundo, está visto que lo que necesita son otras sintonías más fraternas, pero claro, para esto, ningún ser humano debe considerarse pasivo; y, en esta inhumana hacienda de mercado y de las finanzas, todo es como muy frío, y los que no son sujetos de producción, aunque lo sean de sabiduría, se les margina y excluye.


Hoy, cuando nada se propone y todo se impone, yo, un don nadie, le dice a ese pueblo, a esa nación; que nada se ha conquistado hasta ahora con la fuerza o la imposición brutal, y sí, en cambio, cuando se plantea una visión más compartida, más de reflexión conjunta, considerando todas las libres opciones de cada uno. Siempre debemos tener el valor y la alegría de expresar, con tolerancia, cualquier idea. El mundo no se hizo para las economías, sino para que el ser humano pueda realizarse, convivir con espíritu creativo, sin tanta tensión, y con mayor estima hacia su propio linaje. Más aún, cualquiera de nosotros necesitamos tener ilusiones para mantenernos en la vida, y esta gran esperanza sólo puede ser cultivada desde el abrazo, ya sea al universo o al ciudadano que te encuentras en la esquina, sabiendo que nunca es demasiado tarde para ponerse en el  lugar del otro y, encima, jamás es inútil. Por tanto, menos imposiciones, más propuestas, porque en mi vida entra continuamente ese alma que nos fraterniza, aunque digamos ¡no!. En consecuencia, deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer, desde la libertad, por este camino y por los caminantes que no me acompañan y se quedan en la marginalidad?. Seguramente, mucho más de lo que hago. No olvidemos que, a fuerza de querer, uno llegar a ser libre y a glorificar el estado natural de las cosas; pero, igualmente, a ennoblecerse alargando la mano para levantar a tantos caídos olvidados.

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