viernes, 11 de marzo de 2016

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Ámese; y cuando se quiera, pruebe amar  a sus próximos


Confieso que me gusta levantarme enamorado
de la vida, nada me crece más que quererme,
y advertir que cada corazón es único
para poder saciarme de dichas y comprender,
que todos somos parte del poema,
y que el poema cohabita en fundirse las miradas,
en un mismo pulso, en una idéntica pausa.

Hemos venido a conocernos como caminantes,
a reconocernos como camino,
a reencontrarnos con la verdad del verso,
del que no debimos ausentarnos y al que siempre
hemos de volver para envolvernos de paz,
que es nuestro auténtico estado de la mente,
nuestra innata disposición por lo armónico.

Necesitamos que la armonía retorne al ser,
de otro modo la vida es un sin vivir,
donde nadie respeta a nadie,
mientras el caos se amontona en doquier esquina.
Cuando el desconcierto nos gobierna,
necesitamos desesperadamente otros conciertos,
que nos encaminen al orden, el sueño del alma.

Cuando falta piedad en nuestros interiores,
todo se desmorona, nada se construye,
el amor deja de ser el motor de nuestra existencia,
y el único triunfo es el poder por el poder,
la cumbre o el precipicio,
como si nuestra razón de ser fuese de dominio,
cuando el señorío es más de sostén que de podio.

La pasión de dominar es el más terrible de los vuelos
humanos, la más horrenda de las enfermedades,
el más mísero de los lenguajes,
pues si el someterse es despreciable,
aquel que no vive para donarse,
tampoco vive para amarse,
y quien no se ama, difícilmente puede ser amado.


Víctor Corcoba Herrero

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