Árboles para la tierra; libros para el mundo
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Para mí, persona de acción ilusionante más que de sueños,
abril es un mes reivindicativo, de despuntar recuerdos, de florecer deseos, de
nacer porque alguien nos imagina, de hacer repaso de uno mismo, con la
prudencia lógica para no desfallecer y arruinar el presente que es nuestro, lo
poco que nos queda, y así encarar el futuro
y volver a ser primavera con el optimismo preciso, pero también
necesario, para poder proseguir el camino, sobre todo, hacia sí mismo. Y en
efecto, este tiempo tiene dos onomásticas francamente meditativas. Por una
parte, celebramos el Día Internacional de la Madre Tierra (22 de abril); y, al
día siguiente, aclamamos el deseo de despertar el alma a través de los libros,
con motivo del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor (23 de abril).
Sinceramente, reconozco que me fascina esta época, con la
enorme multiplicación de árboles, de todas las especies; y de libros, de todas
las ramas del conocimiento, lo cual no deja de ser esperanzador, porque tal
vez podamos despertar, pues vivimos en
un periodo fascinante, pero también muy peligroso. El ser humano se ha vuelto
opresor. Domina la tierra a su antojo antes de haber aprendido a dominarse a sí
mismo. Se cree Dios, y en lugar de pensar en socorrer a su mismo hábitat y a su
misma especie, utiliza el egoísmo, la altanería, como abecedario de sus
andanzas, en vez de haber aprendido según la naturaleza, es decir, de acuerdo
con la ética y la estética, o si quieren, con la moral y la virtud. Por eso, es
tan importante interpelarnos y requerir árboles para el planeta y libros para
el ser humano. Sólo así podremos avanzar.
Si un libro es un sol naciente para nuestras vidas, también
los árboles son una fuerza reconstituyente, en la medida que nos ayudan a
respirar aire limpio y a contrarrestar la pérdida de especies. En consecuencia,
nos llena de alegría que el tema de este año tenga como objetivo plantar 7,8
millones de árboles en los próximos cinco años. No olvidemos que la "Madre
Tierra" es una expresión común utilizada para referirse al planeta en
diversos países y regiones, lo que demuestra la interdependencia existente
entre los seres humanos, las demás especies vivas y el orbe en el que todos
habitamos. Por consiguiente, la humanidad debe reconocer que ha llegado el
momento de servir al astro y de dejar de
utilizarlo en beneficio de nuestro afán especulador. Lo mismo sucede con los
textos escritos, ha llegado el momento, no solo egoístamente de crear, también
de compartir sabiduría y conocimiento, más allá de las fronteras y las diferencias,
de las culturas y de los cultivos.
Indudablemente, los actos contra la naturaleza siempre pasan
factura al ser humano. Si en verdad, por tanto, utilizásemos los libros como
cauce comprensivo y de respeto, ya que ellos mismos encarnan la diversidad del
ingenio humano, seguramente, veríamos en el gran libro del cosmos, esa
sensación armónica que se respira en cada momento, y que contribuye a
verbalizar que somos una sola familia en una atmósfera diversa, donde todos
tenemos cabida, y donde todos merecemos respeto y consideración, simplemente
por lo que somos, una historia viva y un patrimonio humano para forjar un
destino común. De ahí que, como ya decía el gran orador y político Cicerón en
su tiempo, la naturaleza haya puesto en nuestras mentes un insaciable deseo de
ver la certeza, dado que en ella nada hay superfluo, hasta el punto que la
propia maldad se considera esencialmente antinatural.
Sea como fuere, produce un inmenso dolor pensar que los
seres humanos no escuchen a la creación, no se dejen entusiasmar por ella.
Realmente, hemos perdido nuestra capacidad de asombro, de contemplación, de
lucidez por lo verdaderamente espectacular. Somos tan insensibles, que nuestra
propia vida humana, muestra una indiferencia total, ante algo tan noticiable
como el acaparamiento de tierras, la deforestación, la apropiación de agua, los
agrotóxicos inadecuados, que están poniendo a la comunidad rural en riesgo de
extinción. Idéntica situación viven las ciudades, cada día con menos espacios
públicos, con menos parques y jardines, que hacen aún más difícil la
convivencia. Confiemos en que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la
Vivienda y el Desarrollo Urbano Sostenible (Hábitat III), que se celebrará en
Quito en octubre de 2016, sea una oportunidad para examinar un nuevo programa
urbano que pueda aprovechar el poder y las fuerzas que impulsan la urbanización
y movilizarlos en aras del bien colectivo.
La sociedad, sin duda, sería un libro perfecto si
ciertamente nos iluminásemos unos a otros, desde la autenticidad y la libertad
debida. Por desgracia para toda la especie, vivimos en una sociedad
profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología, sin que pueda nadie
sustraerse a su influjo, subrayando la urgencia y la necesidad de un cambio radical
en el comportamiento de la humanidad, porque los progresos científicos por
extraordinarios que sean, o las proezas técnicas nos resulten sorprendentes y
el crecimiento económico portentoso, si no van acompañados por un auténtico
progreso social y moral, se vuelven más pronto que tarde contra todo ser
humano. En tiempos revueltos, como los actuales, precisamente son los libros,
como dice la Directora General de la UNESCO, Irina Bookova, "los que
representan la capacidad humana de evocar mundos reales e imaginarios y
expresarlos en palabras de entendimiento, diálogo y tolerancia"; siendo
símbolos de expectativa y de coloquio que debemos valorar y defender, máxime
cuando la expansión cada vez más rápida del poder tecnológico, el crecimiento
explosivo de la población mundial, y los patrones insostenibles de consumo y
producción representan problemas sin parangón para nuestro medio ambiente.
Desde luego, no puede haber una sociedad floreciente y
esperanzada cuando la mayor parte de sus miembros se mueven en la exclusión,
como un producto más de mercado, donde el final perverso de las cosas nos deja
sin alma. Si el progreso, para ser avance, necesita el crecimiento moral de la
humanidad, es evidente que para el discernimiento hace falta poner en práctica
la lectura de buenos libros, que nos hagan entrar en diálogo entre lo que nos
dicen algunos autores y nuestra propia conciencia que contesta, puesto que
siempre va a ser el mejor libro de moral a nuestro alcance. Al final, los
recuerdos que nos dejan los valiosos volúmenes, unas veces escritos por el ser
humano, otras veces firmados por la naturaleza que también nos habla a poco que
le prestemos atención, son más sustanciales que cualquier hazaña.
Sería trascendental, efectivamente, poner en activo el
futuro del libro, promoviendo la lectura entre los jóvenes y los grupos
marginados; como también sería significativo, por ende, cambiar estas políticas
económicas destructivas, que están sometiendo al mundo natural a su control,
para que unos pocos privilegiados acumulen riquezas a titulo particular, a
expensas de la mayoría empobrecida, subrayando que la economía debe estar al
servicio del bienestar general de todos, incluida la Madre Tierra, en un ciclo
tan catastrofista como el presente en que la conservación de la habitabilidad
de nuestro mundo está en riesgo. ¡Sacudámonos de la ensoñación destructora!¡Retornemos
a la cognición!
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