Incapaces de disculpar
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
El mundo necesita conciliar otros abecedarios más
níveos, otros vocablos más auténticos,
para que se produzca la reconciliación entre unos y otros. Hace tiempo que lo
vengo reivindicando en sucesivos artículos. Nunca es tarde para armonizar. Lo que no podemos es quedarnos estancados.
Demasiados seres humanos viven enclaustrados en el rencor e incuban la
enemistad, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los
demás, en vez de tomar como horizonte el gozo de la serenidad y de la
concordia.
Es bueno disculparse, y aún mejor disculpar a los que viven
atrapados en el egoísmo de las maldades ante un mundo tan complejo como
acomplejado. Si tuviésemos otro espíritu más libre y justo, seguramente esta
oleada de rabia, crueldad y amargura, no existiría de manera tan acusada. Hoy
más que nunca se requiere de líderes ejemplarizantes, que no condenen porque
sí; y, en todo caso, utilicen un espíritu democrático de familia humana. Cuando
digo, precisamente, que nos cuesta excusar determinados comportamientos, no
pretendo hacer una retórica fácil o adoptar un tono moralista, sino simplemente
expresar una convicción particular, de que todos, absolutamente todos, nos
merecemos sucesivas oportunidades. Lo importante es el cambio, el análisis de
la realidad para aprender de los errores, y así, de este modo, forjar un futuro
más aglutinador, menos condenatorio.
Hablar de esperanza es hablar de luz y esto es lo
importante. En nuestro pretérito hubo caídas, pero también hubo liberaciones.
El futuro enlaza con el pasado y el actual presente, que lo vivimos como
podemos, pero que ha de impregnarnos tanto de conocimiento como de paz. Por
consiguiente, todos estamos llamados a colaborar y cooperar en ese anhelo de realización del
individuo. Si quieren, con mayor motivo, los políticos, puesto que
soberanamente eligen servir a la ciudadanía durante un tiempo. En consecuencia,
han de ser siempre la solución a las muchas penalidades con las que nos
encontramos en el diario de nuestra existencia, jamás el problema, como viene
sucediendo en muchos países con desgobiernos verdaderamente incomprensibles.
Por otra parte, la sociedad civil tiene que aprender a
exculparse, rectificando comportamientos, recuperando actitudes, alentando a
trabajar conjuntamente en pos de objetivos de vida, y no de muerte. Nadie somos
perfectos. Por eso, necesitamos trabajar
unidos de manera respetuosa. Un pueblo, una nación, un continente seguro de sí
mismo, siempre hace historia, escuchando a los ciudadanos, permitiéndoles
participar en la construcción de una humanidad solidaria. De ahí la importancia
de los agentes educadores de predicar con el ejemplo, de instruir en los
valores, de humanizar en definitiva. Al fin y al cabo, sino somos aptos para
gobernarnos a nosotros mismos, difícilmente vamos a poder gobernar a nadie.
Todos tenemos derecho a aprender cuestiones de urbanidad y
civismo, para ser mejores ciudadanos; con lo que esto conlleva de integrar y
concertar todos los aspectos de nuestra vida en la realización de actos
conscientes y responsables. No se trata de ajusticiarnos unos a otros, sino de
hacer justicia a la víctima. El ojo por ojo, o diente por diente, no es la
manera. Indudablemente, es necesario que el infractor primero reconozca su
culpa para que pueda corregirse; y una vez enmendada esa acción, pueda reinsertarse
en la comunidad. Qué bueno sería que se dieran los pasos necesarios para que
todos pudiésemos modificar actuaciones.
Naturalmente, la clemencia nos la merecemos todos, pues
aunque no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, propia de esa
mujer de ojos vendados, con una balanza en una mano y una espada en la otra,
tampoco relega de la necesidad evolutiva propia que va más allá, buscando
restaurar las relaciones y reintegrar a las gentes socialmente. Aquí me parece
que se halla el gran reto para este mundo global, que entre todos hemos de
afrontar, para que las medidas que se adopten contra el mal no se satisfagan
únicamente con reprimir, disuadir y aislar a los que lo causaron, sino que les
ayuden a sosegarse, a ser personas humanas, que lejos de sus miserias se tornen
ellas mismas compasivas y generosas.
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