Las futuras gobernanzas
El futuro será nuestro en la medida que seamos capaces de
cohesionar este mundo dividido, que precisa converger en todos los campos,
también en el de la investigación y la innovación. Urge, por tanto,
reintegrarnos a un orbe en el que impere la solidaridad y la cooperación. Por
ello, hemos de crear fondos y activos ilusionantes que beneficien directamente
a grupos vulnerables, entre los que también estarían los trabajadores poco
cualificados, si en verdad queremos salvaguardar la dignidad de todo ser humano.
Hoy los países tienen problemas para proteger los logros alcanzados, sobre todo
en materia de protección social, en parte por esa falta de voluntad y amparo a
los derechos humanos. No es de recibo que sigamos excluyéndonos unos a otros y
cada día aumente el número de personas sin hogar y desempleados, obviando que
todos tenemos el derecho y el deber a un trabajo decente. Bajo este contexto de
concurrencias, es esencial escucharnos más, ofreciendo oportunidades reales,
con políticas económicas justas que favorezcan a la familia, sin dejarse llevar
por esta vergonzosa y arcaica cultura del borrego, o sea, del derroche
consumista que nos hace trizas hasta el mismísimo corazón. Repudiemos este
cultivo que nos deja sin alma.
Que pena que aquello por lo que vivimos, sentimos y
pensamos, se impregne de mil escarchas.
Para empezar, son muchas las barreras de injusticias que a diario sembramos por
doquier. De ahí que las futuras gobernanzas del mundo, a la vez que han de poner
fin a la desigualdad generalizada de género, han de apostar por una tecnología
puesta al servicio de la humanidad, con políticas de naturaleza
estratégicamente universalistas, orientadas a la acción conjunta y no a la
privilegiada de unos pocos. Sabemos que el camino es intenso y largo, pero el
papel del trabajo para los individuos y las diversas sociedades, requiere de un
verdadero empuje global. Al respecto, considero una esperanzadora noticia, que
durante el primer semestre de 2019, se invite a los 187 Estados miembros de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), a emprender programas para
celebrar el primer centenario de la única agencia tripartita de la ONU, puesto
que reúne a gobiernos, empleadores y trabajadores. Naturalmente el punto
culminante de la iniciativa: “El futuro del trabajo”, será la Conferencia
Internacional del Trabajo 2019, con la posible adopción de una Declaración del
Centenario, algo que sin duda nos hará reflexionar y, tal vez, tomar un nuevo rumbo organizativo
y de producción. Ojalá sea así.
Sea como fuere, por mucho que las futuras gobernanzas
muestren estampas que no corresponden a la realidad, no podrán permanecer
pasivas ante el dolor de millones de personas cuya dignidad está herida, pues
el porvenir nos pertenece a todos por igual. Ha llegado el momento de las
decisiones valientes, y los gobiernos han de mejorar en ejemplaridad y en
contribuir a progresos inclusivos. Ya está bien de hacer partidismo, de activar
promesas que después no se llevan a cabo, cuando lo que hay que promover de
manera eficaz es la justicia social, con una distribución justa y equitativa de
los beneficios, a través de valerosas actitudes que fomenten un cambio
sustancial, con tolerancia cero en corrupción y crimen organizado.
Indudablemente, la visión armónica del mundo no es posible por más que intenten
adoctrinarnos en el delirio, mientras los gobiernos no se centren en prácticas
concretas, y además consensuadas, que activen los principios de derechos
humanos, igualdad y sostenibilidad. Las carencias de gobernabilidad democrática,
que han de basarse en el estado de derecho, el cumplimiento de leyes
internacionales, y en los principios de inclusión y participación, para un
mundo globalizado son tan manifiestas, que las personas apenas contamos nada.
Por consiguiente, hemos de superar viejas costumbres
destructivas impulsadas por gobernanzas usureras, tanto para la población
actual como para las generaciones futuras, lo que requiere con apremio una
mundialización ciudadana, centrada más en el planeta y en sus moradores que en
intereses particulares o productivos, lo que requiere ocupación y dignidad del
individuo en la era digital, con incentivos al espíritu copartícipe y a esta
virtud cívica. Al fin y al cabo, no nos interesa un desarrollo económico
insolidario y depredador, sino más bien un crecimiento humanista ciudadano, en
respuesta al histórico llamamiento del Secretario General de la ONU en la
Cumbre del Milenio 2000 por un mundo “sin miseria y sin miedo”, en el que se
fomente una auténtica concordia como derecho humano fundamental. En consecuencia, las futuras gobernanzas
planetarias, han de ser de servicio y colaboración para toda la humanidad,
puesto que han de propiciar ser una familia, tan unida como indivisible. Por
eso, nada de lo que le ocurra a alguien nos debe dejar indiferentes. Tampoco
cabe la resignación, máxime cuando sabemos que el amor lo transforma todo.
Luego, amémonos sin etiquetas.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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