Abrirnos a la autenticidad
“Intento comprender la verdad, aunque esto comprometa mi
ideología”.
Graham Greene (1904-1991). Novelista británico.
Cualquier momento es saludable para intensificar nuestras
salas interiores de silencios reflexivos, máxime en un tiempo en el que los
lenguajes se confunden y las atmósferas se acrecientan de engaños. La muestra la tenemos en la propagación de
noticias malévolas a través de las redes sociales. Por eso, es importante
volver al corazón, abrir los ojos para poder acoger lo auténtico y desechar lo
falso, esa dimensión superficial y efímera que no deja lugar al verdadero amor
e impide la paz. Nuestra propia historia puede darnos claves esperanzadoras,
pero también crueldades que debemos evitar. Así, la trata transatlántica de
esclavos, una práctica legalmente sancionada y profundamente vergonzosa, fue en
tiempos pasados el mayor movimiento forzado de personas en la historia de la
humanidad; pero hoy también lo es, aún seguimos comercializando con personas de
manera tácita o expresa. Algo verdaderamente tremendo que cuesta entender, pues
aunque hemos avanzado en algunos logros, como el caso de los afrodescendientes,
todavía urge reivindicar en el planeta la defensa de la dignidad de cada ser
humano; no en vano, la Organización Mundial de la Salud (OMS), acaba de
explicar que la tuberculosis es endémica en aquellas poblaciones donde los
derechos humanos y la decencia se encuentran limitados.
Hemos de dignificarnos colectivamente, sin miedo, ni
temores. Ya está bien de tantos usureros en camino, del aluvión de charlatanes
de inventivas acosándonos, viviendo de la política a cuerpo de rey. Hacen falta
en el mundo otros guías, con capacidad verdaderamente de servicio, de entrega
incondicional a su pueblo. Nadie puede adoptar el gobierno de nadie como
profesión y seguir siendo honesto. La indecencia nos está dejando sin alma. Y
esto es grave, gravísimo, ya que corremos el riesgo de convertirnos en
verdaderos lobos de nosotros mismos. Por tanto, despertemos, no importan los
encantadores de serpientes, si es cierto que asentamos esa dimensión
internacional aglutinadora, capaz de acorralar y de poner en entredicho la
ineficacia de algunos dirigentes. No olvidemos que tras el resultado de esta
ineptitud, corrupción y falta de honestidad, permanecen los golpes que nos
roban hasta las sonrisas. Pongamos por caso, aquellos gobiernos que pretenden
actuar desde la ilegalidad, sin importarles lo que fue aprobado por la voluntad
general de la ciudadanía. Tal es el caso de algunos líderes catalanes en
España, acusados de los delitos de rebelión, sedición y malversación,
intentando dividir la indisoluble unidad de la Nación española, descuartizando
el espíritu constitucionalista democrático y de derecho, pensando que desde su
pedestal político pueden burlarse de todo y de todos, hasta de la justicia. Muy
mal. Gobernar no es poder, sino servir y hacerlo, desde la humildad,
ejemplarmente.
Ante esta realidad que nos deja entristecidos y bajos de
moral, hay que sublevarse. Un liderazgo fuerte que apoye la democracia, mejore
la sociedad, empodere a las mujeres y mantenga el espíritu solidario, son
condiciones que preservan la estabilidad y la alianza. Lo sabemos, pero las
situaciones a veces son bien distintas, proseguimos con el bochorno panorama de
pisotear siempre al débil. Por desgracia, nos hemos globalizado sin esencia,
enraizándonos en la persistente mentira, en la debilidad del estado de derecho
y en la insuficiencia en cuanto a la distribución de los fondos públicos. Mal
que nos pese, continuamos cargándonos el estado social y democrático de derecho,
al que tanto solemos acudir de palabra, que no de acción, sólo hay que ver el
espíritu de la familia humana, cada día más desolado, más hambriento de amor,
con menos respetos a sus innatos derechos naturales. ¿Habrá penuria mayor que
denegar el acceso humanitario y utilizar el hambre como un método de guerra? De
ahí, lo trascendente que es serenarse frente a un mundo cada día más violento,
con una mentalidad egoísta y mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente
y a no preocuparse de lo efectivamente substancial, a pesar de haber una sed de
ecuanimidad y de quietud muy acusada e intensa.
Ojala aprendamos a asumir responsabilidades y a reconocernos
libres en ese compromiso. Nos hace falta para poder avanzar hacia ese mundo más
justo, y por ende, más humano. En consecuencia, junto a este grado de humanidad
responsable, también necesitamos gobiernos comprometidos con acciones concretas
para poner concordia y hacer comunidad. No olvidemos que dos tercios de la
población con hambre en el mundo viven en países en conflicto. Por tanto, es
necesario recuperar ese espíritu armónico, con la plenitud del significado que
esto trae consigo, reflejado en la coherencia entre palabras y hechos, con la
consabida generosidad evidente en el adeudo con el bien colectivo. Además,
fuera armas. Dejemos de fabricarlas, en su lugar pongamos plegarias de vida.
Vuelvan los abrazos a tomar conciencia de nuestra grandeza viviente. Todo se
defiende con el raciocinio. De lo contrario es volver a la barbarie más
salvaje. Sea como fuere, tracemos el propósito de la corrección. De humanos es
corregirse y enmendarse. Pongámonos en
disposición. Vamos a cambiar el mundo desde otra dinámica más auténtica, de
menos lavarse las manos o mirar hacia otro lado, de más proximidad hacia nuestros
semejantes. Esto nos ayudará al encuentro que es lo que en realidad nos
esperanza, contrarrestando ese marco de tensiones mundiales que el ciberespacio
nos traslada a diario de manera permanente por todo el planeta. No hay otro
modo de parar esto que el diálogo sincero, con el respeto a toda vida, sabiendo
que las controversias sólo pueden dirimirse con la comprensión. Intentar
comprender a cada uno desde su singularidad puede ser la mejor acción primera,
puesto que no somos personajes trágicos, sino puros latidos en busca de una
eternidad gozosa.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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