Algo más que palabras
Todo está en nosotros
Toda esta vida es un caminar en tránsito haciendo familia,
hacia un mundo global, hacia una patria celeste; y, por ello, es de justicia
alzarse, ayudar a levantarse, y vivir favoreciendo los encuentros, para que
nadie quede excluido, de ese bienestar que es buscado y anhelado por cualquier
ser humano. En efecto, todo está en nosotros, somos la esencia del hacer, la
luz que nos esclarece o las tinieblas que nos degradan. Sin duda, el momento
actual puede ser desastroso o esperanzador, todo va a depender de nuestras
actitudes de acogida y protección, de colaboración y hermanamiento. Ha de
hermanarse la humanidad. Entiéndase bien el término. Para empezar hay que decir ¡no! a cualquier
tipo de rechazo. Los diversos gobiernos del mundo no pueden permanecer indiferentes
ante ese mundo migrante que nos desborda, pero que es objeto de un tráfico
ilícito como jamás se ha conocido. A propósito, un estudio reciente describe
las principales rutas de contrabando y concluye que este tipo de trata es
particularmente elevada entre los refugiados que, por falta de otros medios,
necesitan recurrir a piratas para llegar a un destino seguro cuando huyen de
sus países de origen. Bajo esta bochornosa realidad, es preciso ponerse en
acción para un desarrollo humano más integrador, puesto que cualquiera de
nosotros podemos ser mercancía de unos traficantes sin escrúpulos. Toca, pues,
hacer piña en todo el orbe para poder dignificar cualquier existencia por
ínfima que nos parezca.
En nosotros radica todo, el derecho a movernos o a no
movernos, a emigrar o a no emigrar, porque el mundo es para todo ser humano, no
únicamente para los privilegiados. No pongamos tantas barreras. Precisamente,
el Día Internacional de las Remesas Familiares, que se celebra cada 16 de
junio, está orientado a reconocer la importante contribución financiera de los
trabajadores migrantes al bienestar de sus familias en sus lugares de origen y
al desarrollo sostenible de sus países. También tiene como propósito alentar a
los sectores público y privado y a la sociedad civil a hacer más y a colaborar
para que esos fondos tengan el mayor impacto en los países en desarrollo. Por
ejemplo, hay que hacer justicia en un mundo de tantas desigualdades, y aunque
nos duela, no se trata de incrementar el bienestar de unos pocos, sino la dicha
de toda persona. Nos corresponde reparar no tanto los discursos como las
acciones, dejémonos de dar migajas,
donémonos en alma y cuerpo hacia aquellos con los que nadie cuenta, hagamos
valer los derechos fundamentales en todos, y pongamos en valía el vínculo que
nos fraterniza como especie pensante. Querer es poder. Que nadie se confunda
optando por un espíritu destructor. Únicamente cultivándonos corazón a corazón
podemos construir moradas que nos concilien, nos unan y simpaticen. Esta es la
cuestión. Sobre esto, en el fondo, se funda el trascendente valor de la
hospitalidad, ofrecida a cualquier migrante necesitado de refugio.
En un momento de tantas huidas y abandonos, por el impacto
de mil conflictos y violencias, urge que los países trabajen unidos para
brindar seguridad a quienes la reclaman. De nosotros, y exclusivamente de cada
cual, va a depender que cese esta atmósfera de preocupaciones, reconstruyendo
vidas, o lo que es lo mismo, activando otros cultos con el lenguaje del entusiasmo,
sabiendo que las cosas que crecen desde el amor, jamás desfallecen, y que quien
protege existencias, acrecienta la suya también. Hoy más que nunca, las
palabras de san Juan Pablo II nos estimulan a ese cambio en nuestro modo de ser
y de actuar: “Si son muchos los que comparten el sueño de un mundo en paz, y si
se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede
transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente
en casa común”. Ojalá aprendamos a ser
para los demás antes que para nosotros mismos. Por esta razón, es vital
impulsar otras políticas más sociales, o si prefieren más poéticas, en el
sentido de que todos somos necesarios e imprescindibles, también los migrantes
y refugiados, los excluidos y marginados por este sistema injusto que se dice
productivo, que nos endiosa hasta el punto de pensar que el mundo es nuestro o
de unos pocos. La necedad no puede ser mayor. Organicémonos de otro modo más
acorde con lo armónico, para que nadie se sienta un extraño, y todos nos
podamos sentir útiles en la creación de ese cielo habitable, con más poesía que
poder, con más horizontes que muros, con más autenticidad que falsedades. En
cualquier caso, estamos en camino, para servir, no para servirnos del débil,
algo tan aborrecible como comer su propia carne.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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