Nuestra gran tarea en común
“Lo importante no radica en protegerse uno, sino en
resguardar a los débiles”
Estamos llamados a sustentarnos y a sostenernos
colectivamente; no hay otro modo de dar secuencia a nuestro linaje, que
protegiéndonos unos a otros y también a nuestra propia casa común. Por más que nos
excluyamos, el vínculo viviente no se puede desgajar, hemos de reencontrarnos
unos en otros para entendernos y poder subsistir. Por eso, es trascendente el
esfuerzo vertido por todas las culturas, para que nos rija la tolerancia,
siendo más justos con nuestro análogo, comprendiéndonos mejor y dialogando en
todo momento. No podemos abandonarnos como familia, o si quieren como sociedad
humana, hemos de concretar acciones conjuntas y cooperantes, máxime en un
tiempo de tantas dificultades para detener la pandemia de COVID-19, con tantas
muertes tras de sí, con los consabidos desastres y la desesperación que esto
origina, lo que nos demanda tomar otra orientación existencial más concreta y
coordinada entre nosotros mismos. Lo prioritario, a mi entender, es sentir esa
cercanía entre moradores; cuando menos, para poder pasar de ese estado de
impotencia y abandono, a la esperanza de sentirse socorrido por su semejante.
Pensemos que toda crisis desencadena un cambio, que hemos de propiciar como
humanidad sanamente avenida.
Desde luego, no podemos resistir pasivos, cuando hemos de
estar en pleno ejercicio. Cualquier ser humano ha de ser cautivo de la faena si
quiere modificar algo. Otra de nuestras grandes operaciones colectivas es la
reconstrucción de ese mundo, que ha de hermanarse entre sí, para poder sentar
las bases de un futuro más optimista. Desde luego, hay que cambiar actitudes,
transformar aquello que nos hiere, comenzando por relanzar la economía de un
modo inclusivo y, a la vez, sostenible; comenzando por hacer la paz con
nosotros mismos, para luego hacerla con la naturaleza que nos custodia. Puede
que necesitemos el mayor y más rápido despliegue de vacunas que el mundo jamás
haya visto, porque hay que pasar de la enfermedad a la salud, pero también precisamos
despojarnos de los sistemas de ganancias insaciables, o de esas tendencias que
siembran odio en cada paso que imprimen. Será bueno, por tanto, comenzar a
activar una cultura de respeto recíproco, de abrazo permanente, que nos una y
nos haga iguales en la lucha por vivir. Sin duda, nuestra mayor oportunidad es
comprometernos con espíritu cooperante a estar siempre dispuesto en el auxilio
a los demás. Por desgracia, nos suele fallar ese honesto espíritu solidario;
pues, lo importante no radica en protegerse uno, sino en resguardar a los
débiles.
Saben los gobiernos de todo el mundo que tienen la
responsabilidad de proteger a sus poblaciones, pero no se puede derrotar a la
COVID-19, si cada país hace lo que le venga en gana, negando la prioridad a los
trabajadores de la salud y a los que corren más riesgo, sí tampoco se protege
los sistemas de salud o no se asegura un suministro suficiente y una
distribución objetiva, ya que tan significativo como fomentar la confianza en
la vacuna es socorrer antes a los más indefensos. Esta gran prueba inmaterial
que tenemos por delante, si en verdad queremos derrotar la epidemia que nos
está desquebrajando el mundo, requiere de nosotros una generosidad grande en
nuestras actuaciones diarias. Hagamos, en consecuencia, bien los deberes.
Ahondemos en el concepto de ciudadanía, que se apoya en la igualdad de derechos
y obligaciones bajo cuya protección todos disfrutamos de la ética de la
ecuanimidad, no discriminemos jamás, tampoco impulsemos la discordia; y, en
todo caso, hagamos presente ese ánimo esperanzador de tolerancia y de
consideración hacia toda vida, por muy opuesta que sea a nosotros. En la no
aceptación de esta diversidad, precisamente, suele estar la respuesta a muchas
de nuestras miserias humanas y contrariedades que nos rodean.
También
sabemos que lo veraz, armoniza en cada cual y es lo que nos hace sentirnos
bien, ese conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y
estilos de vida cimentados en el compromiso con nosotros mismos y con los demás,
mediante el respeto a toda vida, la promoción de los derechos humanos y las
libertades fundamentales. Creo, por consiguiente, que nuestra gran tarea en
común pendiente, pasa por hallarnos en ese enorme espacio moral, que significa
también huir de las discusiones inútiles. Hay que volver a ese territorio
sensato y natural, que suele generar el cultivo de la estética batalladora,
cuando alguien defiende los derechos de los oprimidos y de los últimos. Nuestro
gran paso será, justamente, el día en que hagamos realidad la familiaridad
entre todos, contribuyendo así de modo decisivo a la obra de administrar la
creación, haciendo las paces con nuestro entorno, corrigiendo los errores del pasado,
combatiendo las injusticias de nuestro tiempo, para poder activar un futuro en
el que se haya eliminado la desigualdad y alcanzado la igualdad de género. Sea
como fuere, no hay otro terreno más fraterno que logar el acuerdo conjunto, que
conseguir una única economía global para servirnos, no para dominarnos, que
alcanzar la aceptación y el desarme total del mundo. Nuestra propia existencia
nos llama a la continuidad viviente, con la actividad del servicio continuo;
puesto que la pasividad de la inmovilidad, por si misma, presagia la muerte.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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