La civilización del amor, anula sus raíces y enferma
“Es una verdadera desgracia no saber amar, por no haber
amado jamás”
Hace tiempo que hemos enfermado, por la ausencia de amor,
entre análogos. Esa es nuestra principal crisis, la que nos golpea en cualquier
instante y por doquier. Únicamente nos movemos al dictado de los intereses del
mercado, hasta el extremo de ser una pieza más del entramado de los negocios
insaciables y corruptos. El dicho de
“según lo que tienes así vales”, es la materialidad palpable. No se puede caer
más bajo. Apenas nadie acompaña a nadie en los sufrimientos. ¡Qué difícil
resulta soltar una lágrima por alguien! Se acrecientan los devotos del egoísmo
y aumentan las divisiones. Los corazones son más piedra que latido y asistimos
a una contienda de absurdos entre semejantes. Todo se compra y se vende, nada
se dona, ni una mano tendida ni tampoco
una caricia de perdón. Florecemos así de estúpidos. No hay nada en el astro más
peligroso, que desmembrarnos de lo que somos y cultivar la maldad entre
nosotros.
Olvidamos que, es la autenticidad de lo que entregamos a los
demás, lo que verdaderamente nos sana o nos aniquila. Cierto, amar hasta volver
amigo al enemigo, no deja de ser el punto más alto de ese poema gozoso,
pletórico en salud, que es lo que en realidad nos trasciende y enciende las
pupilas del alma, para concluir en un armónico oleaje de dichas que nos abracen
y cautiven. Por tanto, es ese mundo de los afectos verdaderos los que nos dan
subsistencia, y energía en abundancia expansiva e inclusiva, lo que incluye las
relaciones con la naturaleza de la que formamos parte. Sin esta inspiración de
apegos y simpatías en bloque, nada se sostiene, mientras la indiferencia toma
posiciones ventajosas que nos deshumanizan por completo. Precisamente, el
coronavirus nos está dando su gran lección, al mostrarnos que el efectivo bien,
para cada uno, viene de la mano de un don colectivo; y, viceversa, esa ofrenda
común con la que tanto se nos llena la boca, también es un verídico acorde para
el individuo.
La apuesta por una sociedad saludable, esa que por sí misma
nos merecemos, es la que cuida de la salud mental y física de lleno. Desde
luego, el ser humano se hace más humanitario en suma, en la medida que el
propio bienestar lo abre a todos, lo comparte, y hace la existencia más fácil
para sí y para los que caminan a su lado. Dejemos, por consiguiente, que el
verdadero amor nos enraíce, más allá de nuestras fronteras y de los frentes
suscitados. Activemos, en todo momento, la cultura del abrazo. Regresemos a lo
que obramos, al cultivo de la palabra y del entusiasmo. Orientemos, además,
nuestros desvelos diarios hacia esa entrega generosa; será una forma de
crecerse, de recrearse y de vivirse. En consecuencia, no podemos continuar
vendiendo nuestro propio sustento existencial, a un ejercicio de desamor
permanente, de irresponsabilidad de derechos y obligaciones, de ineptitud
incesante a gobernarse en paz.
Consumados estos desajustes que comienzan en el mismo hogar,
refugio pesaroso como en ningún otro tiempo, al quebrantarse cada tipo de
vínculos naturales, abandonados a las miserias de los deseos y las
circunstancias. Verdaderamente, nos llama la atención, que las rupturas se
produzcan muchas veces entre gentes mayores que buscan una especie de absurda
emancipación o segunda juventud y repelen, sin embargo, el ideal de envejecer
juntos sustentándose y sosteniéndose recíprocamente. Por desgracia, las crisis
matrimoniales frecuentemente se afrontan sin diálogo sincero, sin la valentía
de la paciencia necesaria, de la reconciliación y del perdón, porque en
realidad no hubo amor del de verdad. De igual forma, cuesta entender que a
muchos jóvenes, esta misma sociedad incoherente, les prive de formar una
familia, negándoles oportunidades de futuro. Bajo esta mentalidad
contradictoria, que todo lo confunde, llegando a difundir el propio malestar
como algo natural, la inhumanidad se nos sirve en bandeja.
Sea como fuere, es una verdadera desgracia no saber amar,
por no haber amado jamás. Resulta inquietante que realmente no se ponga de
relieve la importancia de esa comunión de amor certero, entre la población
humana, al menos como inicio de sanación de savia. Al fin y al cabo, lo
importante no es padecer, sino compadecer; aceptarnos y ponernos en actitud de
servicio, curando la envidia, sin hacer ostentación ni ensancharse como
dominador, sino con sentimientos de humildad, tornarse amable y desprendido.
Desde luego, pertenecemos a una historia colectiva que ha de fraternizarse
pulso a pulso. Por ello, todas las raíces son necesarias, no podemos destronarlas
de nosotros. Unidos haremos esa balada conjunta de interminable luz y
enternecida eternidad. De lo contrario, el virus de la muerte nos destruirá
poco a poco y no conseguiremos renacer ni transformar el mundo; porque la
señera fuerza y la única evidencia que nos transfigura, es el amar en su
conjugación más poética. Justamente, queriendo de veras, dejaremos de
utilizarnos unos a otros; encontrando en la placidez del similar, nuestra
propia tranquilidad.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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