Configurar otro mundo
“La apuesta por otro mundo ha de
ser posible, si en verdad no dejamos a un lado ese progreso natural que
conlleva otro espíritu más sensato y cooperante”.
Hay que configurar otro mundo
nuevo, desde una perspectiva diferente, ante el desafío de las diversas crisis
que nos están dejando desolados. Sabemos que la tarea no es nada fácil; lo
primero que tenemos que reconocer es nuestra propia ceguera y confusión a la
hora de hacer las cosas, además de activar unas motivaciones justas y
solidarias, despojadas de todo interés mundano, encaminadas a la cultura del
abrazo y a construir puentes, no a esparcir veneno y a destruir adversarios.
Jamás olvidemos, que el universo por sí mismo, es una conjunción de latidos y
un nexo armónico de abecedarios que han de embellecernos. Dejemos de dispersar
la fuerza en contrariedades inútiles y trabajemos en garantizar que, los planes
reparadores se activen por todos los rincones, sobre la base de los derechos
humanos y en consulta significativa con la sociedad civil.
Indudablemente, en esa formación
de un mundo mejor, el primer elemento orgánico que habrá que fortificar será
siempre la familia, célula viva de la sociedad y espejo de sanación de sus
moradores; no en vano se cimenta en el amor y está abierta al don de la
continuidad existencial. Desde luego, no es posible una civilización de paz si
falta ese afecto de consideración y respeto de unos para con otros. Sea como
fuere, no podemos permanecer pasivos y ante el aluvión de contiendas inútiles,
urge que las instituciones refuercen y protejan el genuino vínculo de equipo y
alianza, respetando su configuración natural y sus cabales innatos e
inalienables. Por desgracia, cada día son más las familias rotas y desunidas,
cuyos miembros sufren con frecuencia falta de apoyo.
Queramos o no reconocerlo, todo
está en manos de ese vínculo familiar, que es promesa de realización humana,
continuidad de linaje y amor que todos queremos. De ahí, lo importante de la
mediación profesional más allá de la mera resolución jurídico-social de los
conflictos familiares, que suele dirimirse y quedarse en una mera facilitación
del divorcio, cuando debiera encauzarse hacia una verdadera orientación
familiar, dirigida a rehacerse, recuperando una convivencia estable y
respetuosa. No se trata de avivar campos de batalla, sino de amortiguar furias,
pues hemos de comprender que nuestras vidas están tejidas por una casa común,
aunque las puntadas sean diversas, pero el hilo es insustituible. Por eso, el
linaje tiene que sustentarse en esa cercanía de corazón a corazón, que tiene su
naciente en las parentelas inevitablemente. Tengamos presente en cada andar,
que saber comprender y sentirse comprendidos es una experiencia de amor que
cura todas las heridas.
Justamente, en ese mundo naciente
hay que conciliar y reconciliar actitudes, modos y maneras de concebir el paso,
puesto que las enormes brechas nos dejan sin palabras, al ser cada vez más
deshumanizantes e inhumanos los galopes, entre los países ricos y los más
pobres. Observemos que más de la mitad de la población mundial todavía no tiene
ningún acceso a protección social. La falta de conciencia crítica, de espíritu
solidario, de coherencia entre el decir y el hacer, está generando un clima de
desasosiego permanente de complicado ajuste. Es inevitable, por tanto, activar otras políticas más auténticas
y adecuadas con el momento que vivimos, al menos para conseguir los mecanismos
efectivos, para poder salir de esta atmósfera corrupta que nos está dejando sin
aliento, y lo que peor, sin esperanza alguna.
La apuesta por otro mundo ha de
ser posible, si en verdad no dejamos a un lado ese progreso natural que
conlleva otro espíritu más sensato y cooperante, mediante liderazgos
responsables, realmente comprometidos en sus esfuerzos por proteger y promover
la decencia inherente que todos llevamos consigo, máxime en un tiempo en el que
proliferan multitud de vidas perseguidas y encadenadas a la servidumbre más
atroz, a la explotación más salvaje que nos hace esclavos como jamás. Por si
fuera poco, hoy el planeta es un planeta de fronteras y frentes. No es fácil
ser libre. Quizás tengamos que propiciar más el sentido del deber, volvernos
cepa y revolvernos hacia ese orbe que derrocha y desperdicia alimentos,
mientras millones de personas se mueren de hambre. Rectificar es de humanos;
pues, hagámoslo.
En todo caso, pongamos alma en la
reconstrucción de construirse día a día, a través de ese don de energía humana,
haciendo comunidad y coexistiendo en unidad. No desesperemos por nuestras
torpezas, pero tampoco renunciemos a buscar la palabra exacta, el lenguaje
preciso, la conversación necesaria, mediante una pureza de intenciones y una
coherencia que hallaremos, discerniendo acentos y distinguiendo lenguajes. Es
cuestión de pararse a pensar.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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