El tema de la sucesión presidencial, por manido y frustrante, bien podría conocida
como de “Autoayuda y superación personal”, cuyos contenidos catalogarse dentro
de esa literatura tan consultada como truculenta, mejor usualmente abordados en
alto contraste formulan problemas o dolencias ancestrales frente a
respuestas simplistas y perogrullescas soluciones, que se inscriben puntualmente
en el reino de los imposibles.
Así,
cada sexenio se repite ese clamor de esperanza ciudadana que rápidamente es acallado por la sucesión de gobiernos
fallidos que se esmeran en operar contrariamente a lo prometido.
Por
igual, procesos electorales que en repetidas ocasiones responden a guiones preestablecidos y cansinos ensayos montados desde hace
décadas con una buena dosis de melodrama y tragicomedia, no exenta de humor negro.
Cultura
del pasado que todavía acumula un catálogo de términos donde anidan actitudes y
conductas, aún con vigencia: “dedazos”, “compra de votos”, “acarreo”, “campañas
faraónicas”, “pago de cuotas”, “regalitos del candidato” o el proverbial “reparto
de tortas” que la modernidad ha convertido con su milagrería, no en la
multiplicación de panes y vino,
sino en “bonos fraternales” para
la hamburguesería más próxima al mitin.
Y no
sólo bastaría remitirnos a esos atavismos de un pasado relativamente lejano,
reconociendo que aún son prácticas del presente, sino a esa abultada y
decepcionante lista de retrocesos e ineptitudes en nuestros días, lo mismo en
las instituciones electorales que los partidos políticos y extensivamente en los Poderes de la Unión.
Si
empezamos por tales instituciones, en un breve repaso, es evidente que las de
orden electoral llámense IFE o Tribunales, en las que tanto esmero pusimos como
sociedad para que conllevara y prevaleciera el ingrediente de la ciudadanía,
hemos percibido una desciudadanización progresiva, junto a intromisiones partidistas y
sometimiento de Consejeros.
Y si
continuamos con el tema de los partidos políticos, que allá por los setentas se
multiplicaron como signos de una incipiente democratización de la vida
nacional, mostraron luego (algunos de ayer y otros de hoy) su ontología fósil y
condición insalvable de membretes, dispuestos a pactar con el mejor postor de
cargos y curules, sin que la plataforma de principios registrada formalmente
desde el momento de su creación, hubiera sido impedimento a la hora de negociar.
Pero
la decepción no es exclusiva de estos entes que más bien parecen franquicias
grotescas. Todos han abonado para sí mismos, como en ninguna época del pasado
reciente, su pase a las ligas mayores de
la partidocracia. Un engendro supletorio del tan nefasto
presidencialismo, que deriva en la
inmovilización social con su consustancial autismo ciudadano. Y en la pobreza
representativa respecto a los intereses de los sectores fundamentales de la Nación,
impregnada de ambiciones personalistas e
ilegítimas, cada vez más decadentes, dado
su proclividad al voraz uso y consumo del erario público.
Qué
decir de las alianzas tan convocadas hoy por diversos actores o simuladores de
la política, que bien sabemos no apuntan a cambios genuinos en el ámbito
social, económico o educativo. Son, también lo sabemos, juegos fatuos donde asoma
el poder por el poder mismo.
De
igual forma, el atraso y los vacíos de un marco jurídico en materia electoral,
que los partidos en su conjunto han evitado resolver con un notorio afán de
engrosar facultades y recursos, autoproclamándose permisionarios únicos de la
escena y el acontecer políticos.
Si aplicáramos
algún término médico a tal enfermedad social, entre otras que igual padecen, sería el de la disformia o
grave distorsión sobre la imagen que tienen de sí mismos y por tanto
disfuncional frente a la que perciben todos los demás. Diversas encuestas que
se han dado a conocer en fechas recientes, marcan claramente esa disparidad entre
un discurso autocomplaciente y triunfalista, frente a la reprobación
contundente de la ciudadanía.
Ciudanos del Mundo Uníos
Tan
sólo, en rápido recuento de los asuntos políticos pendientes, deben
mencionarse: las candidaturas ciudadanas independientes, (que serían un
contrapeso a la monopolización del poder que ya detentan los propios partidos
políticos), a partir de expresiones sectoriales genuinas que enriquezcan el
proceso democrático, las ideas y los programas, a la vez que nutran una ética
social. Y que si bien deben sustentarse en un marco normativo que resulte
práctico, además de procedente, su esencia debe favorecer la apertura y diluir
cualquier tentación o intentona restrictiva, exenta de bloqueos, acotamientos y
candados. En ese mismo sentido, se registra hoy la imposibilidad de reelegir a
los diputados, con base a la opción y apreciación de los electores de acuerdo a
sus resultados legislativos y de gestión social. Y así otros vacios y faltantes
que se vinculan a los organismos electorales, como ese berenjenal que han
ocasionado en torno a la difusión de mensajes de propaganda política en los
medios electrónicos.
Por
otra parte, si nos referimos a materias del orden económico, resalta también la
necesidad de cambios inaplazables y no sólo en cuestiones tecnocráticas, sino respecto
al modelo mismo que rige la economía del país, que idóneamente debiera
centrarse en la inversión productiva, el empleo remunerativo, el crecimiento
económico, la equidad distributiva y el mejoramiento de la calidad de vida, así
como en el pago generalizado de impuestos.
Pero
la tozudez de gobernantes y partidos junto a su
recurrente percepción esquizoide de las realidades nacionales, lejos de
unificar para la instrumentación de soluciones, segrega, dispersa y atomiza. Unos
y otros necean en la confabulación de su propio recetario como meros paliativos
para una economía en crisis y con índices de elevada marginación social.
Y al
igual que todo “Manual de Autoayuda y de Superación Personal”, sus recetas son
tan simplonas como falibles, sin garantía alguna hasta para los propios practicantes
obsesivos y superficiales, no exentos a veces de un toque demencial.
Diagnósticos
y realidades que harto conocemos pero que ante la proximidad del 2012 debemos
al menos repasar como un buen antídoto de lo que no puede ya tolerarse o es
inaceptable, así como sobre los posibles cambios que debiéramos conseguir por encima del
facilismo teórico, que en contrapartida dinamice esa difícil práctica ciudadana
de todos los días para ejercitar nuestros derechos, sin atenernos a la coyuntura del calendario electoral, y más
allá de lo que ha sido y aún parece atávico, aunque no por ello deba condenarse
a la categoría de lo fatal.
Tan
es así que entre un siglo apenas concluído y otro que da inicio, ya con una
década cumplida, han brotado indicios de una nueva cultura política en
gestación.
Habría
entonces que desechar culturas o prácticas del pasado, como también las que ha
engendrado el presente, para quedarnos con la parte saludable de ambos episodios
e incorporarla a un cambio constructivo que favorezca el renacimiento de una
cultura de participación y corresponsabilidad, que tantas veces hemos visto
crecer o abortar, en una ya inaceptable intermitencia ciudadana.
No
se trata pues de engrosar un catálogo apocalíptico ni de evasivas auto denigrantes
y caer en la parálisis de la autoflagelación nacional, como tampoco en las
convocatorias del cambio violento ni las
maquinaciones que pretendan sitiar a las instituciones con remedos de bloqueos
irracionales. Sí, hacia una revolución pacifista de la
convivencia ciudadana que cambie y evolucione al país, tan profundamente como
lo requiere ya.
Hacia un Plataforma Común de
Gobierno
Reconciliación,
consensos y compromiso unánime para avanzar, serían también ejes de la sucesión
presidencial. Y a partir de esa conducta social, la formulación histórica y sin
precedentes de ¡Una Plataforma Común y Básica de Gobierno a nivel nacional!, cuya
vigencia abarque los próximos diez años, ¡Gobierne quien gobierne!.
Pasar
de una supuesta cultura cívica, bajo el sello degradante de la bipolaridad
ciudadana: inconstante y epidérmica, a
la cultura del activismo responsable, la
lucidez y la exigencia, capaz incluso de negociar en forma directa con los
partidos políticos y sus candidatos, a
fin de conseguir reformas y cambios bien precisados y medibles.
Implica
si, dejar la omisión y la negligencia cotidianas y en su oportunidad el
abstencionismo electoral, como también de la inercia de votar por “el o los
menos malos”, que lo han sido o lo son en la medida de un autismo ciudadano indiferenciado
dentro de la vida política, social, económica y cultural de la Nación.
Apostarle
al ciudadano, a su participación activa, crítica y sostenida, que por ser tan
plena desemboque en genuinas
organizaciones y redes sociales, lejanas a cualquier parapeto de siglas
alquiladas en el prostibulario para partidista.
Los
indicadores son cada vez más preocupantes e indetenibles, por el momento: es el
caso de un creciente desempleo y descenso en la capacidad adquisitiva. Y así, otras
realidades adversas que conllevan interrogantes que exigen nuestra respuesta. En
materia económica, por decir, donde se requiere un tratamiento urgente y hasta
de resucitación, debemos contestarnos una pregunta tan candente como ¿Qué
modelo económico debe adoptar México?. Y la excepción tampoco residiría en los
grandes problemas y referentes que padecemos en el plano social, y que se
acumulan por igual abultadamente, más aún al desdoblarse en temas cruciales
como: seguridad pública, educación, trabajo, salud o calidad de vida, entre
otros.
Pero,
no sería nuestra misión en los tiempos actuales tan sólo enlistarlos como
tampoco intentar de nueva cuenta su radiografía, dada la enorme y precisa
información de que disponemos en los acervos documentales de las instituciones
públicas, en especial del INEGI, como la que emana con abundancia y alto nivel
profesional en los centros e institutos de investigación y en las propias
universidades y tecnológicos.
Nuestra
misión sería cambiar para actuar, de ida y vuelta, pues si actuamos cambiaremos.
Abro
entonces aquí un paréntesis, pues cada sexenio parece que queremos
inventar y reinventar el perfil nacional,
lo cual evidencia el desaprovechamiento, entre otras prácticas viciadas del
gran arsenal informativo, estadístico y de datos sistematizados que poseemos.
Nos queda en cambio una gigantesca tarea: socializar la información en mayor
grado y abrir una reflexión colectiva que las afine, determine y jerarquice, en
términos de esta Plataforma Común (y única diría yo), de no más de 20
compromisos, que si no aprobada unánimemente, quede avalada por una abrumadora
mayoría, a fin de que rija representativamente los destinos esenciales de la
patria y al menos durante la década actual, es decir más allá del próximo período
de gobierno 2012-2018.
Un
buen camino para lograrlo sería el referéndum o una serie de reuniones
sectoriales con el ingrediente indispensable de la pluralidad, además de que el
partido ganador instrumente otras acciones, en función de su propia oferta
política.
Y
retomo los retos antes esbozados: ¿Seguiremos enfrentando el problema de la
seguridad pública con un enfoque unilateral de combate exclusivo con las armas
a los carteles criminales o con una visión integral, enfatizando por ejemplo en
los rubros de “lavado de dinero”, con sus entradas y salidas, o en el de la
salud pública mediante la prevención del consumo de drogas? ¿Y qué con la
educación?, habitualmente castigada por presupuestos insuficientes, junto a ineficiencias
conceptuales y operativas del propio sistema educativo, además de la exclusión
de miles de jóvenes en el nivel medio-superior. Y así en materia de salud, como
el problema abrumador de la obesidad o la diabetes tan extendidas en la
población, así como los déficits de las instituciones públicas en el ramo de la
salud. O en materia laboral, el multicitado drama de un galopante desempleo. Y cito
desde luego el tema de la política, donde por igual advierto una serie de
regresiones y estancamientos que requieren de todo un rediseño del sistema político actual, que conllevaría
la improrrogable tarea de revisar y modificar los lastres existentes en
nuestros tres poderes fundamentales y que empieza por la gran pregunta de
nuestros días ¿Cuál debe ser ahora la dimensión del Estado, su orientación,
alcance y función imprescindible?, ¿Cómo alcanzar un Estado de Bienestar y
prosperidad compartida? y ¿Cuál es el mejor camino para reducir la pobreza año
con año con porcentajes significativos?
Y en
fin, extender esta visión a otras latitudes de la política, como la condición actual los Partidos, que debieran ser
identificados por sus propuestas esenciales y capacidades a la hora de los
acuerdos. Y nada peor entonces que esa mescolanza o pérdida de identidad tal
cual ha ocurrido con los llamados partidos grandes, elección tras elección, y la
derivación en otros minoritarios, que
han comprobando ser pésimas e inútiles imitaciones, desperdiciando la
oportunidad histórica de encabezar movimientos ciudadanos representativos.
Un
espectro desencantador, como lo marcan la mayoría de las encuestas y aún más
revelador y categórico cuando esa vox populi fluye por los más recónditos
sitios del territorio nacional y puede resumirse así a grosso modo: “Una derecha
ineficiente, sin imaginación e insensible socialmente…” “una izquierda
desfigurada, mediocre, dispersa y confrontada entre el entreguismo y la radicalización…” (que me cuesta
admitir porque mis
convicciones socialdemócratas apuntan
hacia esta posición política, además de que considero que cada vez los cuadros
y los adherentes van ubicándose en buena medida y calidad de perfiles, fuera de
los diferentes partidos que se asumen, al menos formalmente, dentro de tal tendencia),
“y un centro político disputado por todos convenencieramente, aún
cuando el otrora partido hegemónico presuma de ocuparlo, supuestamente despojado de sus viejos
vicios, sin dar todavía pruebas fehacientes”...
Nos faltarían
otras cuestiones que ameritan asimismo una
discusión a fondo. Menciono apenas unas cuantas que junto otras más me parecen
prioritarias, y que por separado o en
conjunto nos imponen un plazo fatal que no debiera rebasar el 2012, en el
ámbito de las decisiones medulares: Acelerar la descentralización y la reorientación de las ya
más de 50 Zonas Metropolitanas existentes
en el país; regresar a la autosuficiencia alimentaria; reencauzar la generación y consumo de energéticos, insertarnos
en el desarrollo de tecnologías convenientes para nuestro desarrollo; frenar el deterioro ecológico; y revertir el desaprovechamiento de los recursos naturales
y continuar con los programas de índole demográfico..
Todo
enmarcado en la voluntad comunitaria de un desarrollo equilibrado y el mejor reparto
de la riqueza que generemos.
Por
tanto, no podemos desmenuzarlos aquí, ni emprender un análisis exhaustivo de cada uno de estos renglones, pero si estar conscientes de que son puntos
cruciales de la problemática nacional y actuar en consecuencia, pues conforme
transcurre el tiempo la complejidad aumenta y en paralelo probables estallidos
sociales.
Ni utopía, ni conformidad
La
sucesión no puede verse ya jamás como un mero acto formalista o dentro del simplismo esquemático de partidos, candidatos,
elecciones, deshagos de quejas y “Toma de Protesta del Presidente” en turno.
Es
inadmisible ahora pensar en la consabida seriedad de acontecimientos
convencionales o tradicionalistas.
Hay
que impulsar una cultura política en el país que rescate o renueve algunas de
las bondades del pasado reciente, que no son tantas, y otras que subrayadamente
emerjan de nuevos, genuinos y legítimos acuerdos nacionales.
Una
nueva cultura política, de signo progresista, que trastoque la inmovilidad e
incomunicación social de parte de tantos diputados, senadores, líderes
sindicales y empresarios o iglesias,
cada uno ante sus representados, integrantes, agremiados o feligreses.
Romper
con esa ficción de las formalidades y supuestas representaciones para abrir
cauces a las demandas legitimas, dada su elevada representatividad, y siempre aparejadas
con el compromiso de atenderlas e irlas
resolviendo con indicadores y plazos medibles.
Una
nueva política que inunde y refresque
las agotadoras prácticas electorales como fueron ya las de hace seis o tres
años antes: debates sin credibilidad, campañas rutinarias, mensajes
generalistas…
Hagamos
y multipliquemos hoy, por ejemplo, los debates ciudadanos que inviertan ya
papeles y roles, donde los candidatos sólo sean parte de un proceso y no el eje
fundamental de la discusión pública.
Un
parteaguas que por su carácter integral, transforme, equilibre y retroalimente
todo un sistema de participación real de los sectores y agrupamientos
principales de la Nación.
Una
nueva cultura política que reconozca
y promueva sus propios valores
ciudadanos: de legalidad, gasto racional en las campañas y el voto mismo como
sufragio efectivo antes, durante y después de la elección.
Y
relevantemente una nueva cultura política que se funde en la secuencia cíclica de: Conocimiento-voto-exigencia-seguimiento-comprobación
de resultados.
Nada
menos, nada más, ni la utopía ni la conformidad.
Un
punto de partida que si bien puede coincidir con los inicios del 2012, no pare ni
se desinfle en julio de ese año, con las elecciones correspondientes.
Ese
espacio de privilegio que puede abrirse para empujar juntos la reflexión en
torno al presente que vivimos y el futuro que vislumbramos como el idóneo de la
vivencia y convivencia republicanas.
Por
eso, me sumo sin pretensiones, pero una vez más
y aquí también a la tan oportuna discusión, que generosa y acertadamente
nos brinda la UAM Xochimilco, más allá de sueños idílicos que nos impidan
encontrar respuestas, alternativas, soluciones, en el crudo despertar del siglo
XXI mexicano.
Y
digo convencido en consecuencia, que los ejes esenciales de la sucesión
presidencial del 2012, podrían conformar a fin de cuentas cinco grandes apartados:
política, socio-economía, educación, cultura y globalidad.
Acepto
que pueden enlistarse de una y otra manera tanto en cantidad como en
conceptualización y terminología, pero estoy cierto de que sustancialmente
coincidiremos en muy buena medida sobre lo que pensamos de la situación prevaleciente en México, de sus
mayores problemas y anheladas respuestas.
Aludo o parto primero del rubro de la cultura,
aunque ahora no me refiera centralmente en nuestro caso al quehacer de los artistas,
al patrimonio que poseemos, a completar el marco jurídico o a la redefinición
de las políticas culturales del Estado Mexicano, de suyo importantísimas. En
esta ocasión hago referencia especial a nuestra cultura por lo que se refiere a
formas renovadas de organización social que
tendríamos necesariamente que asimilar y practicar cotidianamente; al compromiso
de todas y todos para cambiar hábitos y costumbres que sean lesivos a la vida en sociedad; a la
conversión del grado de apoyo que exige
una sociedad armónica de actuar conforme a derecho; a la erradicación de proverbiales prácticas que
corrompen y adicionan impunidad; o a la tolerancia entendida como aceptación de
la diversidad de pensamiento, expresión y preferencias.
Cuestiones
si, que se vinculan al ser mexicano tan necesitado de evolucionar y
perfeccionarse.
Problemas
y retos que sin demoras debemos ejecutar y garantizar como si se tratara de un primer
epílogo favorable en el más corto plazo posible
Sabemos
que no existen fórmulas mágicas que resuelvan la problemática, pero ciertos de que
debemos y podemos resolver ya por cuenta propia, con un sentido realista y
sustentados en la cultura del esfuerzo, del trabajo, de la organización
individual y colectiva, de las libertades y la democracia. Y muy conscientes de
que no es posible seguir como somos y como estamos.
Un
destino que necesariamente abarcará a generaciones futuras, quienes también mirarán retrospectivamente si fuimos
capaces de transformarnos. Y con particular detenimiento, si aprovechamos o no
a cabalidad, la coyuntura definitoria de la sucesión presidencial del 2012.
Hoy,
se escucha ya: ¡Tercera, tercera
llamada…! Como una voz colectiva cada
vez más cercana y al unísono, que confió y deseo no se trate de una amenaza
latente, sino de una sociedad que se da otra oportunidad histórica todavía
saludable, madura y pacífica, en términos precisos y extraurgentes, hacia una
convocatoria nacional que marque ahora sí nuevos rumbos a la Patria.
Texto
del ensayo “La sucesión presidencial: ¿Un caso de autoayuda y superación
personal”, de Alejandro Ordorica, que apareció en el libro publicado por la
Universidad Autónoma Metropolitana apenas hace un par de semanas, bajo el
título: “Ejes y transición de la República. 2012-2018”