La humanidad tiene que hacerse familia
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Hoy podemos abrazarnos más fácilmente a través del mundo,
pero la humanidad no se abraza, quizás porque no se comprende o no quiere
soñar. Estoy convencido de que no se puede tener una familia sin penetrar en el
amor y sin ahondar en los sueños. Necesitamos soñar para crecer en los
sentimientos antes que la vida se nos marchite y muera con nosotros. Todo se
resuelve con muchas dificultades, pero al final todo se remedia. Querer es
poder. Y en la vida matrimonial hay mucho de sueño, pero también debe haber
mucho de bondad y de compartir. De ahí la importancia de amar sin medida, de no
perder esa capacidad de soñar por el futuro que a todos no pertenece por igual,
de dejarnos convivir por la generosidad y el perdón. Y en este sentido, pienso,
que tenemos que comprometernos mucho más por hacer familia desde nuestra propia
familia, por muchas fuerzas contrarias que cohabiten socialmente por todo el
orbe. No perdamos la libertad de hacerlo, ante una cultura que todo lo disocia
y lo vende a un interés mundano. Si en verdad queremos avivar nuestra
específica existencia, hemos de abrirnos a la vida, de donarnos a esa vida, lo
que conlleva al propio ser humano.
¡Cuántos hogares sin familia!. Ciertamente, precisamos
reconstruirnos como familia. Es el amor quien ha de estar presente. No me
sirven otros sueños. Convendría reflexionar sobre esta unión, máxime cuando
celebramos por estas fechas el Día Internacional de la Familia (15de mayo),
teniendo en cuenta que aglutina a las sociedades y perpetúa a la propia
especie. Precisamente, en toda familia el único sueño posible, ha de ser el de
esperanzarnos ante la vida y por nuestra exclusiva vida como donantes.
Necesitamos entregarnos, convivir y vivir en comunidad y, para ello, no hay
otro vínculo que el del incondicional afecto. Nadie puede recibir lo que él no
dona. Eso está claro. Partiendo de esto, debemos reforzar nuestro determinado
hábitat, puesto que venimos de la familia y en nuestro horizonte está la
familia como hogar. Tanto es así, que cuando se carece de familia, todo se va a
la deriva y al desorden. No olvidemos que este mundo camina por la familia, y
también ha de hacerlo con la familia. De lo contrario, se oscurece cualquier
camino, se acrecientan las tensiones y las divisiones, y hasta el negocio
comercial del deseo tomará posiciones ventajosas. Un deseo, que al no
sustentarse en el amor, se convertirá en una alianza de intereses con final (de
odio) en cualquier momento.
Tenemos que dejarnos engrandecernos por el amor, es nuestra
propia esencia y nuestra propia naturaleza comunitaria. Por eso, deberíamos
apoyar todas aquellas iniciativas que contribuyan a acercarnos entre
generaciones, para establecer auténticos lazos afectivos que nos revitalicen
como seres humanos, en pos de la creación de un planeta más familiar para
todos. Nuestro personal linaje nos
activa a llevarlo a cabo. No tiene humanidad ninguna, pues, que estemos en una
guerra de contiendas entre géneros. Cualquier acto de violencia, que se
produzca en el seno de la familia, daña enormemente la estructura misma de la
sociedad. De ahí, la necesidad de poner orden reeducando a las nuevas
generaciones, a la vez que reiterar el convencimiento de que la familia es una
unidad colectiva natural y, como tal, ha de gozar de protección por parte de
las instituciones de gobierno. Nada hay más incoherente con nuestra razón de
ser, que una familia disgregada, incapaz de fiarse de los suyos, sin pedagogía
alguna, desmembrada de su propia vocación de entrega, tanto de sus ascendientes
como de sus descendientes. El reflejo de
lo que vivimos nos deja sin palabras en tantas ocasiones, que creo debemos adentrarnos
más en nuestras raíces más profundas. La misma cultura actual no soporta esta
mística de donación total, y así no puede germinar vinculo familiar alguno. Sin
duda, tenemos que fortalecernos más interiormente, escucharnos, respetarnos
tomando conciencia de que únicamente el amor nos basta, y de que todo lo demás
es necio y posesivo. Con razón, hemos hecho de la familia un nido de
perversiones, en lugar de un paraíso de amor. Cambiemos el abecedario. Para
empezar, seamos más corazón que cuerpo.