Necesitados de silencio
A veces es saludable recluirse y examinarse. Yo mismo acabo de hacerlo. Les confieso
que ves la vida de otra manera. Hace
tiempo que me apetecía darme un baño de silencio y es lo que he procurado llevar
a buen término estos últimos días. En ocasiones, te sientes tan arrastrado por
intereses y preocupaciones materiales, que en lugar de experimentar sus
alegrías y gozos, te invade una nube de soledades y angustias, que nos impide
abrazar cualquier horizonte de luz. Sabemos que nos ensordecen tantos ruidos,
pero también nos ciegan, lo que nos disuade para percibir el lenguaje con el
que nos habla nuestra propia conciencia, y así poder tomar la orientación
adecuada en una existencia cada día más tormentosa. Quizás, por este diluvio de
torturas, tenemos que tener espacio para nosotros, para dejarnos sorprender por
lo armónico del universo; sólo así abriéndonos a la creación, nuestra propia
existencia se hace rica y grande.
Hoy se habla mucho de un orbe más equitativo, tal vez menos
ruidoso y más esperanzador. No sabemos, si esto llegará algún día, ni cuándo
llegará si es que llega. Lo seguro es que un mundo que se aleja de sí, no sabe
prestar atención, tampoco escucharse y escuchar para dejarse sorprender, cuestión
que dificulta poder salir de este vacío que nos amortaja el alma. Ya se sabe
que conducir el silencio es más complicado que dejarnos guiar con la palabra.
Pero téngase en cuenta, que esta pasión por el verbo, ha perdido valor y valía
entre todos nosotros. Justamente, para los creyentes, la solemnidad de la Asunción de María al
cielo en cuerpo y alma nos recuerda, en el corazón del verano (15 de agosto),
cuál es nuestra morada verdadera y definitiva: el paraíso. También, para los no
creyentes, cada día es un nuevo amanecer en el reservado abecedario
existencial, lo que nos exige conversar interiormente desde nuestra innata
ética. Bajo esta perspectiva, de creencia o increencia, a todo ser humano le es
concedido conocerse a sí mismo y meditar, alejado de murmullos, sabiamente sobre sí.
Sea como fuere, esta concepción de la vida esperanzada,
capaz del restablecer el paraíso como lugar de labranza poética y espiritual,
se hace fértil cuando con el ojo del alma entramos en sintonía con lo que
somos, el verso callado y la mirada profunda. Por eso, jamás destrocemos el
silencio si no es para regenerarlo, por mucha fe que pongamos en el progreso.
El ser humano avanza en la medida que sabe trascender, propagarse su humanidad,
sentirse útil para los demás. ¡No utilizado por los demás!. Eso hace mucho
ruido, pero genera pocas satisfacciones interiores. La persona nunca puede ser
liberado solamente desde el exterior. La ciencia puede contribuir mucho a la
humanización del mundo. Lo mismo sucede con la técnica, puede ayudar a que las
culturas puedan unirse. Pero también logra destruir al ser humano y al mundo,
si no está orientado en el auténtico amor.
Realmente, cuando uno experimenta ese amor profundo por su
semejante, desde el silencio más hondo y compartido, acaba renaciendo, o al
menos, injertando un nuevo sentido a su propia existencia. En consecuencia,
estimo que es bueno nacer cada día en esa relación humana, sin descuidar a
nadie, abrazando al universo, pero al mismo tiempo, lo que ha de darnos ánimos,
es nuestra propia búsqueda sobre lo que somos y lo que queremos ser; sabiendo,
como decía el dramaturgo español Jacinto Benavente (1866-1954), que: "nada
fortifica tanto las almas como el silencio; que es como una oración íntima en
que ofrecemos a Dios nuestras tristezas".
Al fin y al cabo, uno es tan partidario de la disciplina del
sosiego y la quietud, que podría escribir un tratado de pensamiento dejando
fluir el corazón únicamente. Es, precisamente, esa fortaleza que todos
poseemos, en mayor o en menor medida cultivada, la que nos hace aguantar las
adversidades y ascender como individuos. No olvidemos que el agua es más fuerte
que la roca y hasta el mismo silencio es más fuerte que la dicción.
Recomiéndese, pues, sigilo para que el alma pueda seguir caminando, concibiendo
y madurando. Dicho queda, como prescripción amorosamente probada. Pienso que
andamos hambrientos de este reposo, absortos a un hervidero falso de cantinelas
que nos dominan y alborotan.
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