Algo más que palabras
Buscando signos que nos armonicen
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
No me gusta este mundo que deja a los jóvenes sin futuro,
que a los niños en lugar de darles juguetes le entrega armas y que abandona a
sus mayores en cualquier esquina. Tampoco me deleita la labor de esos seres
humanos a los que les mueve únicamente el interés, saborear el poder, o
recrearse en el llanto ajeno. Más de una vez he pensado que sollozamos al nacer
porque pasamos de la poética al infierno, a un orbe de dementes donde todo es
mentira, hasta cuando dicen hablarte con el corazón en los labios. Sin embargo,
cuando fenecemos, apenas hacemos ruido, nos vamos en silencio. Con razón uno
debe temerle a la vida, no a la muerte, máxime en una época en que nadie sabe
en quien confiar, puesto que nos hemos despojado de ese innato soplo de
sinceridad, nos hemos vuelto irrespetuosos; y, además, fríos e inhumanos como
verdaderas montañas de hielo.
Este espíritu alocado en el que nos movemos cada día se
llena de tormentos, pues en lugar de
globalizar los latidos hemos globalizado el terror, y así nos descomponemos
como especie, por mucha esperanza que nos demos, ya que mayor es el horror de
no desvivirse por vivir hermanados. Deberíamos reivindicar, en consecuencia,
mucho más la amistad entre los pueblos, los países, las culturas y las
personas. En vez de levantar muros, como algunos pretenden, hay que tender
puentes. Necesitamos avivar nuestros lazos. Téngase en cuenta que un verso por
si mismo nada es, pero un verso en otro verso y en otro, es un poema, que suele
comenzar con un deleite o asombro y terminar en sabiduría, algo fundamental
para conocerse a uno mismo y reconocerse en los demás.
Nos alegra, en este sentido, que el Papa Francisco,
reivindique con motivo de la inminente celebración de la XXI Jornada Mundial de
la Juventud en Cracovia, el reencuentro de tantas fortalezas, modos de vivir y
de cohabitar, pero todos unidos armónicamente en el nombre de Jesús, que es el
rostro de la humanidad y el rastro de la luz, el camino de la concordia y la
esencia de la poesía. Al fin y al cabo,
el ser humano nada puede aprender, sino en virtud de lo que siente. Son las
ideas las que nos mueven, que son como pulsos que nos alientan y nos hablan,
nos ponen en movimiento, tan solo si antes se han transformado en sentimientos,
que es lo único que puede ensamblarnos, cuando brotan de un alma nívea. Por el
contrario, el egoísmo jamás ha forjado uniones duraderas.
Verdaderamente, hoy más que nunca, precisamos de cualquier
señal solidaria que nos ponga en el camino del entendimiento. Entenderse es
primordial para poder avanzar en paz, junto a todos, conciliando verbos y
reconciliando pasiones, conviniendo de que si no estamos bien con nosotros
mismos, difícilmente podemos contribuir a armonizar con nadie. No olvidemos que
la huella más evidente de que se ha hallado el camino es el sosiego de cada
cual, cuestión primordial para poder trabajar por la justicia, que no está
tanto en las palabras de la ley, como en el latir de las gentes. Por ello, hace
falta ensimismarse por lo que representa todo ser humano, pero también
engrandecerse con la libertad moral de sentirse parte de ese hospedarse acorde
con nuestro propio hábitat.
Esto es primordial para contener la multitud de crueldades
que se gestan cada día. Hace tiempo que me alarma esta tendencia destructiva de
savias humanas. ¡No cerremos los ojos ante todo este afán salvaje! Abrámoslos
bien y en vez de encerrarnos en la soledad, salgamos a su encuentro para
invitarle a otras siembras más comprensivas, menos fanáticas. Desde luego, es
imposible que un mundo perdure sobre el terror, que una civilización avance
sobre el miedo, el odio y la venganza, que un planeta vivo resista por mucho
tiempo este caudal de maldades y perversiones. Ante este aluvión de
inseguridades y bochornos, dejo mi petición: Retorne el versarse en la
auténtica palabra, para que retome el ser humano a su poético andar, que es la
que nos embellece nuestra distintiva existencia. Recostado quedo en medio de
tanta desdicha, a la espera de que le pongamos más fuerza al entusiasmo por lo
armónico.
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