martes, 23 de marzo de 2021

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Yo no digo nada; pero me abrazo a todo

 

(Los abuelos lo piensan todo y los padres todo lo dudan; mientras que los jóvenes opinan sobre todo y los niños todo lo enternecen)

 

 

 

I.- TODO TIENE SU MOMENTO

 

 

Un  momento de crisis, es un instante

de disyuntiva que nos pone a pensar,

para fraguar el perfil de las decisiones

que tenemos que tomar y poder forjar

la sombra en la que lograr cobijarnos.

 

Todos los días, al romper la aurora,

nuestro Creador nos da un momento

para modificar aquello que nos hace

desdichados, entregándonos la dicha

propicia, de aprender a reprendernos.

 

La proposición de actitud penitencial,

nos enmienda consigo y con los demás,

nos asciende en la encomienda a Dios,

que al ser poseedor de nuestro tiempo,

nos lega la ilusión de vivirlo en unidad.

 

 

II.- TODO TIENE SU ESPACIO

 

 

En medio del medio del aire avivamos,

porque la vida es un continuo retoñar;

sólo hay que portarse bien y soportarse,

abrirnos el corazón a todas las brisas,

y clausurarnos a lo que nos impurifique.

 

Lo substancial del andar son las huellas,

la dimensión de lo vivido, el santuario

depositado, rincón de acogida fraterna

y universal, pues nada hay más sublime,

que el transcurso de la plegaria juntos.

 

Si el punto de la invocación es llamar

a nuestro Padre celeste y hacerlo nuestro

aquí en la tierra, afloremos hermanos,

hagámonos familia sin guardar rencor,

sirviéndonos y resistiéndonos entre sí.

 

 

III.- TODO TIENE SU ALMA

 

 

En medio de las tormentas de la vida,

hay que poner la entereza del corazón,

no atormentarse, recogerse y gozarse,

verse y hallarse, revivirse y renovarse,

como el día se renueva con la noche.

 

Lo importante es donarse y absolverse,

ascender en la bondad y en la virtud,

elevarse conciliando y reconciliándose,

ennobleciendo la ruta hacia sí mismo,

realzando el interior con la verdad.

 

Nadie puede hacer el camino por otro,

necesitamos conocer y reconocernos,

sentirnos parte de ese espíritu creativo;

el alma de esa imperecedera realidad,

sobre la perecedera cámara del tiempo.

 

 

Víctor CORCOBA HERRERO

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