Degradación y endiosamiento
“El egocentrismo que genera el sistema actual hace que los
que nos dirigen antepongan muchas veces su interés personal a su compromiso
social”.
Está visto que el ser humano cuando se encumbra de egoísmo,
se desequilibra totalmente y no piensa
en nadie, nada más que en sí mismo, repitiendo la misma historia de siempre. Es
una pena que no aprendemos del camino recorrido, que prosigamos los días sin
aunar voluntades que favorezcan, mediante un diálogo fecundo, los sentimientos
vinculantes de unidad y unión entre las naciones. Por desgracia, tenemos una
degradación humana verdaderamente preocupante, que no respeta nada ni a nadie,
incluido el medio ambiente. Deberíamos saber que todo está interconectado; lo
que requiere una mayor protección entre sí y con el ambiente natural.
Lógicamente, esta inhumanidad que sufrimos por todos los rincones del mundo,
nos está dejando sin palabras; y, lo que es peor, sin alma para poder avivar la
cultura del encuentro, tan necesaria como imprescindible. Personalmente, deseo
caminar en el curso de los mansos y sencillos, uniendo mis pulsos a sus pausas,
con la nívea autonomía del benigno.
En cualquier caso, nos merecemos otros gobiernos más
ejemplarizantes, con la defensa de la ciudadanía y el planeta, con el aire que
inhalamos, el agua que nos llevamos a los labios y los alimentos que
consumimos. El egocentrismo que genera el sistema actual hace que los que nos
dirigen antepongan muchas veces su interés personal a su compromiso social. La
irresponsabilidad de muchos líderes es manifiesta. Multitud de políticos han
hecho de la acción política el mayor negocio. En lugar de servir, se han
servido de esa ciudadanía a la que suelen adoctrinar, a sus intereses propios
para que bailen con su lenguaje. Urge, por tanto, mejorar el ambiente humano,
con menos pedestales y más solidaridad, con vocación de entrega y generosidad.
Al fin y al cabo, todos tenemos que tener esa actitud de servicio, cada cual
desde su misión, a la vez que una moralidad a toda prueba, que es lo que nos
está fallando muchas veces.
En efecto, es cuestión de principios, o si quieren de
derechos humanos, de valores que nos hagan tomar conciencia del aluvión de
enfermedades que padecemos y que nos están deshumanizando por completo. Me
refiero a esos huracanas excluyentes, a esos injustos vientos que marginan, a
esa falta de socorro a los más débiles, que hace del contexto una atmósfera
irrespirable. La opción preferencial por los desfavorecidos ha de estar en
todos los Estados sociales y de derecho. Cuando no hay humildad y sencillez,
todo se envilece, también las personas. De ahí, que uno deba ser tan auténtico
como esa fuente cristalina, que nos sorprende para calmarnos en medio del
valle, donándonos su propia sabiduría de grandeza, haciéndonos más cauce que
caudal, más vida que virus, más humanidad que barbarie en suma. Quizás sea
clemente, entonces, que repensemos sobre este adicto tormento que suele
presidir nuestros andares, el apego al dinero y al poder.
Es evidente que no podemos resistir por más tiempo esta
época degradante que nos tritura, en la que únicamente triunfan las falsedades.
Requerimos de otros espacios luminosos más considerados con el linaje, más
entusiasmados con la propia vida, más esperanzadores con el vivir. El futuro,
por el cual me afano y me desvelo, es de cada cual. Nos pertenece por sí mismo
y en conjunto, pero lo nefasto es que lo estamos destruyendo. Sea como fuere, tenemos
que despojarnos de esta crisis malévola, con afectos interesados y efectos
malignos persistentes. Nos merecemos como especie pensante, desde luego
escucharnos más, compartir mejor, universalizarnos de sueños y no caer en este
espectáculo mundano de caos continuo. Siempre nos hará bien reflexionar en
familia, abrir los ojos para no creernos que seamos el punto más alto, cuando
con otros nos comparamos, pues el gozo sólo viene de la fidelidad a ese vínculo
de generosidad que ha de unirnos. No olvidemos que de la unión de palabras
surge la poética, y de esta mística de anhelos, el estimulante vital para no
morir en el intento por vivir. Meditémoslo.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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