El corazón de la vida
“Por muchos que sean los riesgos en el horizonte del mundo,
las perturbaciones económicas y los eventos meteorológicos extremos, nos
quedará el silencio para olvidar los tormentos y las alianzas para ascender
como humanidad”.
La urgencia del momento es bien patente, necesitamos
adentrarnos en el corazón de la vida, que es donde verdaderamente radica la
gran mística del encuentro y de la aproximación entre semejantes. La realidad
nace, por tanto, de ese pulso; que, en ocasiones, tanto nos sorprende y
asombra. Desde luego, en la contemplativa del ser radican todos los silabarios
posibles y el motivo de todo. Es, precisamente, la dimensión cósmica del
diálogo hacia sí; lo que nos hace crecer y reorientarnos, ante la multitud de
sendas que nos desdicen y asfixian. Esto nos permite ahondar en nosotros, ver
más allá de nuestros caprichos y reconocer nuestra propia capacidad de
raciocinio, con libertad, que es como se puede tomar conciencia de los níveos
preceptos naturales, siempre generadores de quietud.
No
podemos, después de tantas historias de crueldades contra nosotros mismos,
cometer la necedad de estar en conflicto permanente. Hay que controlar la
fuerza física, que es inútil y salvaje, y volver a esa llamada interna que
valora la exigencia de vivir de acuerdo a la sensatez que todos llevamos
inherente, para poder superar el virus mortecino de las inútiles contiendas. En
el corazón de la vida, a poco que nos adentremos en su lenguaje versátil,
veremos el fundamento de la entrega a los demás, como manera de realización
humana. Todos, en el fondo, precisamos ser refugio de alguien. Abramos,
entonces, las puertas del tesoro. No hay mejor aliento que este impulso
compartido, en medio de una incertidumbre generada por nuestras miserias y el
control de la pandemia, por el aumento de la inflación, la deuda y la
desigualdad de ingresos.
Para
ello, hay que ser más corazón que cuerpo, más presencia que ausencia o
desesperación. Cada cual debe cortar sus cadenas y estar dispuesto a liberarse,
para poder entenderse solidariamente, con los que le acompañan en el tajo
existencial. Lo importante es dejarse iluminar unos a otros, bajo la infusa
dimensión de los latidos, que han de ser aliento y alimento de esperanza y
relación. Hay que corresponderse, hacerse y rehacerse cada aurora, para no
morir en la impotencia. Por tanto, toda conjunción es útil para conciliarnos,
reprendernos, corregir e instruir en la justicia, desde la autenticidad y la
coherencia entre el buen ser y el mejor obrar. Por muchos que sean los riesgos
en el horizonte del mundo, las perturbaciones económicas y los eventos
meteorológicos extremos, nos quedará el silencio para olvidar los tormentos y
las alianzas para ascender como humanidad.
La
tarea puede dejarnos sin fuerza, pero desfallecer jamás. Uno tiene que
tolerarse, escucharse y responder a sus interrogantes, dialogar internamente
para ser colmados y calmados sus desvelos, conversar con todo aquello que halle
en el camino e interiorizar modos y maneras de acompañar y de dejarse
custodiar. También nuestras personales entretelas tienen su oportuna
hermenéutica, sus característicos pulsos y pausas, sus abecedarios y la
conjugación de sus semánticas, sólo nos hace falta aprender a despojarnos de
mundanidad y penetrar en el secreto de nuestras profundidades. Sabemos que el
amor es la sanación perfecta, pues, forjémoslo a diario como deber. Quien de
verdad lo cultiva se halla en la realización del equilibrio, puesto que todo
queda embellecido a su paso. Continuemos sus estímulos y dejemos de ser
piedras, que lo esencial es caminar con los ojos del alma para no perderse.
En efecto, son las acciones de cada día, las que nos hacen
trascender y recobrarnos limpios de las torpezas de aquí abajo. Por desgracia,
solemos coexistir, pero no cohabitar; caminar, pero tampoco vivir. Hagamos el
esfuerzo de comprendernos, que como dijo el sublime Quevedo, allá por el
edénico paraíso de Torre de Juan Abad: “los que de corazón se quieren sólo con
el corazón se hablan”. Sin duda, mal que nos pese, es el manantial del
espíritu, lo que nos da realmente esencia y consistencia viviente.
Inevitablemente, apremia, que el ánimo sea templado y el abrazo permanente.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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