lunes, 19 de diciembre de 2016

Compartiendo diálogos conmigo mismo

La espera y la esperanza

No hay espera sin esperanza, ¡sabedlo!.
En este deambular por la mística del verbo,
me hallo con el misterio de Dios
que busca al hombre, a través de los ojos
de un niño, a punto de nacer en cualquier
esquina del mundo por un amor sin límites,
tan desinteresado como renovador.

No hay esperanza sin espera, ¡meditadlo!.
La espera nos sobrecoge por su encuentro
con la inocencia y nos sorprende
por su hondo significado para el camino
de nuestras vidas, por su espíritu de ternura,
de humildad y mansedumbre hacia todos,
de hospedaje, refugio y posada a toda alma.

Es hora de dejarse abrazar por la sencillez,
de fundirse entre unos y otros, de sentirse
pequeño en la grandeza de los días y las noches,
de caminar unidos bajo el manto del sosiego,
guiados por esa estrella, siempre viva,
que reluce como el sol y en nuestros pasos luce,
pues no hay sendero que no hable del Creador.

No huyamos de la esperanza, ni de la espera,
hemos de retornar a ese mar celeste,
de pureza infinita, despojados de mundo,
donde Cristo nos espera, con paciencia,
a que le llamemos desde dentro de uno mismo,
para sumarse a nuestro gozo,
el gozo de sentirnos hijos de la Trinidad.

La Trinidad, que es una vida de comunión
y de familia perfecta, origen y meta
de todo lo creado y recreado en el cosmos,
que lleva en sí mismo ascendencia y filiación,
nos aliente al desaliento y seamos reflejo
viviente de ese Belén que se custodia
en nuestros hogares entre lágrimas y risas.

Que su fuerza amorosa nos restituya
la paz y el sosiego, y reconstruidos en la poesía,
activemos el consuelo para emprender
un conciliador y reconciliador sentimiento
que nos fraternice, en la confianza
de ser para los demás, la inspiración de la verdad
al servicio del inocente, ¡Jesús en nosotros!.
  

Víctor Corcoba Herrero

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