sábado, 24 de diciembre de 2016

Compartiendo diálogos conmigo mismo

 La tierra se ilumina en belén, con la fiesta de la vida


Alrededor de un Niño germina la luz, brota la existencia,
el asombro es tal que es hora de unirse y de reunirse,
de hacer piña y de armonizar silencios con soledades,
de dejarse cautivar por sus sollozos, pues el pasmo
es tan profundo, que todo nos trasciende porque sí.

Dejémonos retoñar por la nívea mirada de ese Niño,
tan humilde y manso de corazón, pobre e inocente,
tan nuestro y tan divino, consuelo de los afligidos,
esperanza de los que ya nada esperan,  pues en Belén
nos ha nacido un Redentor para redimirnos y rehacernos.

Glorifiquémonos con el Niño, arropemos su presencia
en nosotros, ofrezcámonos a cuidarle y a cuidarnos,
no tengamos miedo de que nuestro espíritu se emocione,
avivemos el amor de amar amor, pues con la ternura
de Dios, todo se crea en armonía para recreo del camino.

Desde este armónico esplendor de la verdad, Dios
se ha hecho Niño, para que podamos acariciarlo,
para que nos atrevamos a mimarle, a dejarle pasar
cuando él trata de entrar en nosotros, pues a veces
andamos tan ocupados por nada cuando él lo es todo.

Hemos de volver al lugar donde la tierra se ilumina,
en un momento de tantas contrariedades y violencias,
de tantas riadas de tormentos y torrente de tormentas,
para fortalecernos en el verbo, pues en el Niño de Belén
está escrito el triunfo de la inocencia sobre todo lo demás.

Vayamos a su encuentro, hallaremos algún pesebre. 
Pongámonos en camino, saldrá alguna estrella del cielo.
El cielo vuelve a la tierra, que lo versen los poetas.
Que lo entonen con la verdadera música los cantores.
Pues Navidad es un Niño que nos nace, un pulso de vida.



Víctor Corcoba Herrero

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